Proclamamos que el mundo ha cambiado una barbaridad pero es sólo un espejismo. Pretendemos estar en una sociedad inclusiva y nos maliciamos, con cierta solidez, todo lo contrario. Albergamos esperanzas de cultivar la humanidad y vergonzosamente hace tiempo que empezamos a abandonar la familia del hombre. Por acumular achiperre tras achiperre creemos haber alcanzado el no va más. Y la verdad es que nos hemos instalado en un snobismo vacío y muchas veces humillante. Decimos que hemos recuperado la memoria y en realidad hemos olvidado todo lo que nos incomoda, cuando no somos simples cómplices de indiferencia ante la malignidad pasada y presente. Nos proclamamos individual y colectivamente niquelados cuando nuestra porcelana está vieja, sucia y desportillada.
En determinados aspectos hemos efectivamente cambiado, pero en cuanto nos detenemos a recapitular tranquilos sobre todo lo acontecido al ser humano en los 2010 años de existencia observamos que no es para tanto. Además, si con humildad indagamos sobre la historia del siglo XX y lo que llevamos de XXI nos recorrerá un escalofrío. El viejo Dacio Gil paseando hace unos días por la cuesta de Claudio Moyano encontró expuesto en el tenderete exterior de una de las casetas (en la 22 de la muy veterana -y un tanto gruñona- doña Conchita Montero que, al perecer, es la mujer del también emérito don Alfonso Riudavets), en muy buen estado y a mitad de precio, el libro recomendado por Iñaki Piñuel No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso, de Robert Gallately. De su lectura el viejo Dacio Gil extrajo la conclusión de que el cinismo humano e institucional no tiene límites. Abruman los datos sobre el “consenso social” que la política de exterminio concitó no sólo entre la población civil alemana sino entre las autoridades políticas europeas y norteamericanas. Esos datos tan categóricos duelen. Quien haya pasado por una situación de inhumanidad sabrá reconocer la gran cantidad de congéneres que, llegado el caso, consienten el mal infligido a un ser humano sin haber mediado justa causa alguna. Y en ese proceso de intentar asimilar la asombrosa similitud con los momentos actuales de totalitarismo incuestionable en las democracias occidentales, el viejo Dacio Gil perdió pie (esta vez de ánimo en vez de batacazo físico) y se sumió en la tristeza y el silencio que habrá sabido interpretar el curioso seguidor, si es que lo hubiere. El usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia veía –y sigue viendo- en España totalitarismo por todas partes que en poco difiere en lo sustancial al habido en la época más negra del siglo XX. Totalitarismo que parece contar, aunque resulte paradójico cuando se malbaratan en vano vocablos tan nobles como democracia, constitución o estado de Derecho, con el consentimiento de una ciudadanía indiferente, cuando no puramente cómplice. Y eso, por sí solo, es sumamente grave y estremece de espanto.
Intentará el viejo Dacio Gil apuntalar su sopesada intuición con una serie de datos aparentemente triviales, pero que no lo son tanto, como se puede comprobar. El campo de la observación se centrará en la ropa interior (el sujetador, las bragas y los calzoncillos blancos), los tatuajes, las cabezas rapadas, el insulto y el escupitajo. Todos ellos han cambiado mucho formalmente con el paso del tiempo pero han mantenido su inquietante significado (o síntoma, al menos) totalitario sin que el transcurso del tiempo les haya afectado en su esencia.
Históricamente las bragas, el sujetador y los calzoncillos blancos fueron siempre el secreto mejor guardado de la privacidad de los humanos. Ni siquiera los sirvientes podían ver al señor en calzoncillos y mucho menos a la señora en bragas y sujetador. No era recomendable que los hijos pudieran ver a los padres de esa guisa. Mucho menos el pueblo a su Rey, que de puertas de Palacio afuera, jamás estaba desnudo o en taparrabos. Era como la actividad sexual, que era tan privada que prácticamente siempre se llevaba a cabo en absoluto silencio. Se decía que ni siquiera el inminente marido podía regalar a su futura esposa ropa interior pues eso se interpretaba como una desconsideración denotativa de un conocimiento íntimo prematrimonial. Hoy, sin embargo, en cualquier gran ciudad en primavera en sábado o domingo es normal comprobar cómo hay ciudadanos de ambos sexos –sobre todo mujeres- que se quedan en ropa interior blanca para tomar el sol. El viejo Dacio Gil lo ha comprobado en sus diferentes estadías en la Capital Federal Argentina en la que es corriente ver en sus grandes parques del norte de la ciudad señoras –y también señores y mediopensionistas- de toda edad que se tumban sobre el pasto para recibir la directa influencia del astro rey para dorarse y luego continuar sus actividades. Nadie se escandaliza ya, pero hace unos años hubiera sido una nota discordante impúdica de vida licenciosa. También pueden tristemente recordarse la imágenes tomadas en los campos de concentración o de extermino nazis o estalinistas en las que aparecen expuestos famélicos espectros privados de la más elemental dignidad y humanidad en los que destaca su ropa interior blanca entre tanto hueso y semicalaveras.
En esta Tribuna Alta Preferencia ya se habló de los tatuajes en en un anterior post titulado “Si quieres ser feliz como me dices no analices”. Históricamente los tatuajes no eran signo de distinción y estaban reservados para los marinos, legionarios y similares, sin embargo en la actualidad no hay “body” que se resista a ellos como complemento al aliño indumentario. Desde los pies a la cabeza, quien trata de lucir palmito deja escribir un signo más o menos indeleble en su cuerpo. El viejo Dacio Gil no puede dejar de recordar la estigmatización de los judíos en los mismos campos de la muerte en los que los “internos” eran rigurosamente numerados en la piel dentro del orden de la muerte. Otro síntoma de los tiempos que corren.
Las mismas consideraciones históricas concentracionarias de vulneración de la dignidad humana pueden invocarse respecto a las cabezas rapadas que también proliferan hoy en un aparente signo discursivo distinto. Un próximo post se dedicará -ánimo volente- al aditamento humano capilar.
En la degradación del lenguaje reside otro de los campos simbólicos en los que se manifiesta esa inquietante similitud histórica sustancial: en el insulto. Hoy desde la riña automovilística hasta la tertulia radiofónica o televisiva y la crónica y el artículo de opinión de los diarios (manifestaciones estrictas de la neo-ciencia del siglo XXI) está presidida por el insulto más burdo.
Desgraciadamente hoy 4 de diciembre de 2010 es el día del insulto y la demonización de los controladores aéreos. Todos los medios de comunicación recogen y propalan los insultos de los afectados viajeros frustrados que han sido acríticamente incorporados (“chantajistas” y otras lindezas) a los géneros periodísticos pretendidamente serios, sin ser tamizados previamente por el lenguaje políticamente correcto tan al uso. Se desprecia de plano a los controladores sin reparar que tienen un riguroso régimen legal establecido por su propio empleador que ahora los trata como no-personas, como “judíos”, desconociendo el acervo jurídico que preside su actividad. Parece que desde el propio Gobierno se hubiera levantado la veda de la caza del controlador aéreo. Sin pudor, sin piedad, sin reparar en que se trata de humillarlos despiadadamente por ocultos intereses más onerosos para la colectividad: preparar la privatización (desamortización) de los aeropuertos sin el lastre del personal, facilitando el camino para los adquirentes. En la enajenación mercantil y egoísta (si, si, desvergonzadamente egoísta) del Gobierno que sufren los españoles se ha decretado desde las instancias públicas la “noche de los cristales rotos” contra los controladores aéreos sin realmente importar un bledo las “incomodidades de los viajeros" (de los viajeros, no de TODOS los ciudadanos, que muchos ni siquiera pueden permitirse viajar en puente).
En España hay una aristoburocracia, dividida en cuerpos, altamente ineficiente según los datos: los fiscales, los jueces, los técnicos comerciales, los diplomáticos, los abogados del estado, los TACs, el personal de los partidos que acaparan los puestos de asesoramiento y un larguísimo etcétera. Su propio empleador ha provocado año tras año lo que el gran Alejandro Nieto llama la "segunda ley de bronce de las retribuciones públicas". Pero es preciso demonizar ahora sólo a los controladores aéreos ocultando premeditadamente que tienen un régimen legal muy preciso, detallado y estricto reconocido públicamente por su empleador público. Como este colectivo profesional en manos del Estado no se deja engañar por este Gobierno de malignos (si, si, malignos, además de demagogos), que quiere deshacerse de ellos, para beneficiar a los futuros adquirentes de los aeropuertos (la connivencia y colusión Estado-Mercado, las camarillas oligárquicas a las que alude Dalmacio Negro), los controladores van a ser lapidados en plena plaza pública y nada mejor que indisponerlos con la ciudadanía que se viene conformando con los robos de Roldán, Filesa, Gürtel, el 3 por ciento y tantos otros. Sin piedad, humillándolos en grado máximo, sin exponer las verdaderas razones implícitas. Y lo grave es que en ello están colaborando TODOS los medios de comunicación sin excepción (propaganda nauseabunda) como manada de obedientes borregos: al fin y al cabo los controladores son carnaza. Se ha elegido a los controladores aéreos sin duda porque no han sido reclutados entre la élite burocrática. Están bien retribuidos porque se beneficiaron del boom de las comunicaciones pero no son ni pijos ni de familia bien. Tampoco los manipulan los sindicatos politizados al uso (¡qué tristeza tan grande ha provocado la intervención cínica del mutante monseñor Cándido Méndez invocando a los pobres ciudadanos afectados!). A los controladores aéreos - si es que no cabe que todo haya sido una mascarada pactada entre las partes con las únicas victimas ciudadanas viajeras- les espera a partir de ahora la “nuda vida”, las pseusoluciones biopolíticas (el “ahí te pudras”, en cristiano entendible) propias del estado totalitario y el estado de excepción permanente que tan claramente viene explicando Giorgio Agamben.
El Gobierno en su obscena inmoralidad e indecencia (y la sociedad española que bovinamente le secunda de manera voluntaria en su persecución) ha declarado el “estado de alarma” porque ya no puede invocar el estado de excepción que viene aplicando a diario de matute, como demuestra, sin ir más lejos, el robo institucional llevado a cabo con sus propios funcionarios y el resto de los empleados públicos. Mientras los conmilitones de los miembros del gobierno se cobran cada día un botín tras otro (¿o no es botín, verbigracia, el lujoso “retiro” de la ex-vicepresidenta junto a su antiguo compañero de Justicia… tras una rocambolesca “remoción” de un consejero de Estado?). Los sibilinos ingenieros sociales y financieros del Gobierno en su espurio ERE de AENA contra los controladores aéreos no han calculado el esperpéntico y escandaloso papel que hacían jugar al Rey en Argentina o la impúdica desnudez de un ejército español incapaz de encontrar entre sus miembros doce militares capaces de regular el tráfico aéreo. Tenemos el ejército que tenemos los españoles. Y un gobierno ya completamente indeseable de incompetentes totalitarios. Todo por quitar lastre de "recursos humanos cosificados" a un nuevo pelotazo de “desamortización". Ahora aérea. Para que alguien se embolse el corretaje. Muy sospechoso todo. Demasido frecuente también todo.
Los controladores aéreos se encuentran en un estado liminal. Institucionalmente se han excitado los más bajos instintos de la ciudadanía para que consintamos su ajusticiamiento. Van a ser humillados, pero seguro que el pueblo dirigido (viajante o no) terminará consentiendo el atropello que viene diseñando y perpetrado la camarilla gobernante como cortina de humo. Totalitarismo puro aunque haya terminado mostrándonos al Rey, al Consejo de Ministros y al ejército completamente desnudos.
Y, en fin, terminemos con el esputo, con el escupitajo, que históricamente fue un signo de distinción, sobre todo desde la Inglaterra comercial y colonial en la cultura del tabaco, cuando se mascaba en vez de fumarse y esnifarse, siempre bajo la mirada comercial y los intereses del Estado. Los palacios, los grandes patios de operaciones de las sedes centrales de los Bancos, la Bolsa, los Parlamentos, los Cuarteles Generales, los teatros, la universidades y cualquier institución que se preciase contaba con sus escupideras en los lugares más estratégicos, primero de loza y luego de latón y hasta de níquel. Hoy la escupidera pareciera estar en desuso y ser despreciada por anacrónica, pero no ha desaparecido, sólo se nos ha apartado de la vista, aunque la retransmisión televisiva de los partidos de fútbol (la nueva religión del totalitarismo) nos capte con sus mejores planos cada día 10 ó 20 escupitajos de los deportistas aristócratas. El escupitajo es una metáfora de la realidad institucional y de la cultura dominante.
Es conocido aquel metalenguaje de iniciados en los regímenes totalitarios que venía a decir de forma camuflada que decentemente no era dable colaborar con la inhumanidad de esos regímenes: Revuelve el estómago a cualquiera mojar pan en una escupidera, solían trasladarse los iniciados no colaboracionistas.
Precisamente por eso, el viejo Dacio Gil duda sobre si continuar con su terapéutico blog, pues se niega por ética y estética a mojar pan en esta escupidera pública. Desde luego no es el momento de hacer el caldo gordo y huir, pero tal vez lo único razonable sea ya hoy - visto lo visto y desgraciadamente- aislarse de toda esta inmundicia. Como gustaba recomendar, bajo la forma de consolaciones, cartas y epigramas, el viejo, vivido, enfermizo y perseguido Lucio Anneo Séneca.
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