Cierto es que la realidad, dejándola llegar naturalmente sin utilizar forceps psicosociales, nos pone a cada cual en el sitio exacto. El viejo Dacio Gil hizo público que se había enrolado ya entre los “retroprogres” en la versión vulgata Rosa Montero cuando un día después leyó a Ignacio Echevarría en el suplemento “El Cultural” del periódico El Mundo en el interesante artículo titulado “Feliz Navidad”. De “Feliz Navidad” extrajo la solidaridad de/ con Echevarría (la que jamás encontró en ese engendro infumable y perverso, verdadero desconocido de la ciudadanía llamado CSIC, que es incapaz de producir ninguna “buenaespina”) en un artículo altamente recomendable como contrapunto al de la señora Montero. Como mero ejercicio de razón, su lectura se hace recomendable como contrapunto a “retroprogres” de el país.
A pesar del alistamiento en el ejército de los que no gustan de la navidad anunciado en el post del pasado 23, la familia del viejo Dacio Gil tiene la sana costumbre de reunir a toda la tribu supérstite a los cabezas de familia cada 25 de diciembre, incluídos Dacio Gil y los suyos. La realidad se impone en esa fecha y cada cual se solaza de una benéfica inmersión familiar de afectos en un restaurante sin pretensiones a las afueras de la capital. Cada cual se olvida de sus problemas particulares y el viejo Dacio Gil de su pérdida de aceite navideña y de aquellas notas que definen al “retroprogre” monteriano. Todos se dejan llevar por la alegría de la pura constatación: los jóvenes cada vez más pujantes y sanos en actitudes y aptitudes; los mayores (relativos o absolutos, que tal da) intentando resistirse a ese canallesco espectro traidor endosador de años y achaques que es el Sicario de la edad; lo más guapetonas y guapetones todos para motivarse y motivar al resto de la tribu. La verdad que las Navidades así encaradas, con la humildad con que lo hace la familia del viejo Gil, sin hueras pretensiones de superposición de estatus ni falsas petulancias, infunden alegría a pesar de sobrevenir tras la impostada (¿imposturada también?) afectación institucional del mensaje navideño real. Ni siquiera el desconsiderado afán del restaurante (un restaurante elegido a propósito desde hace bastantes años por ajustar su nivel a las prudentes pretensiones familiares pero que parece decidido a un cambio de timón dado el cambio de hábitos celebrativos de los madrileños) por hacer caja sin ponderar que la tribu Gil es la que más años lleva concitándose en el lugar, desanimó a nadie llegado el tradicional postrer momento de reparto de presentes “de todo a cien” que tantas risas terminan suscitando.
La verdad es que las Navidades así entendidas no provocan ningún reproche en el usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia; antes al contrario, ayudan a sobrellevar el atropello psico-socio-político-mercantil de estas fechas. Uno, que cada vez tiende más a observar los acontecimientos desde su monasterio de individualidad, ha de reconocer que se encuentra a gusto entre los suyos aunque indefectiblemente recuerda aquella atinada canción del dúo Pimpinela titulada “la familia”:
Hablan todos a la vez./ Y despues,/ se pelean por un mes, / pero cuando las cosas van mal, /a tu lado siempre están. (…)
Si te tiran con un corcho, / o al pasar te pisa un niño, /en el fondo esto es solo, / una muestra de cariño. (...)
Ya lo ves,/ comen todo y después, / a sufrir por la dieta otra vez / pero nunca te dicen que no / si les vuelves a ofrecer.
El usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia proclama que siente sano orgullo de cultivar uno de los escasos vínculos de pertenencia que le atraen a estas alturas en esta escombrera institucional a la que reconocemos como España. Que comparte la lúcida y aconsejable reflexión de la Navidad efectuada por Ignacio Echevarría, tanto en los pros como en las contras.
La comida familiar (mejor tribal, en el mejor sentido) del 25 de diciembre es un auténtico baño de amor donde se manifiestan incuestionables similitudes genéticas y afinidades humanas que el corazón de cada cual se encarga de dejar al descubierto para ahuyentar cualquier atisbo de duda sobre las navidades, la familia y un aspecto del amor. Los corazones no mienten.
La verdad es que la familia de este Gil nunca lo ha terminado haciendo, pero muy bien pudiera terminar cantando, como hace Pimpinela aquello de:
Quiero brindar por mi gente sencilla,/ por el amor, brindo por la familia.
Y con esto, el viejo Dacio Gil espera abandonar sus digresiones sobre las diversas escupideras patrias para poder dedicar unos próximos posts a indagar lo que pueda ser eso de la felicidad y del amor.
Para lo cual, para empezar con buen pie, seguiremos la pista de los encantos –y la inteligencia y sensibilidad inigualables- de Lou Andreas- Salomé a través del reciente libro de Manuel Cruz de sugerente título: Amo, luego existo.
Quiero brindar por mi gente sencilla,/ por el amor, brindo por mi familia.
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