La sociedad del espectáculo ya no puede vivir sin las conmemoraciones y los específicos días de evocación. Sin embargo, las confiscaciones estatales se prestan malamente a la lírica. Vivimos en la actualidad un mundo de nudas (¡y hasta desnudas!) confiscaciones de derechos sociales, civiles y económicos. Desde 1999 la UNESCO tiene establecido el 21 de marzo como día mundial de la poesía y, a duras penas, se van sucediendo las celebraciones como mejor se puede, presidido todo por aquella duda dirimente expuesta por Theodor W. Adorno de si realmente tiene cabida esa modalidad lírica después de los horrores consentidos -y cometidos por una parte importante de ella- por la humanidad bajo el influjo de toda una organización con pretensiones de máxima científicidad: la de Alemania en el III Reich.
Auschwitz es el paradigma que ha quedado asociado a la duda sobre la posibilidad poética del ser humano. En la actualidad los horrores se recubren de eficiencia economicista y “financismo”. Ese parece ser el Olimpo actual como demuestran los aparentemente desmesurados agasajos a los inspectores del COI. Esa es la noticia del día: la mayoría de las instituciones (menos Urdangarín y algunos otros) involucradas en seducir a los inspectores de una organización que no es gubernamental y se dedica más al espectáculo que a la pura competición atlética (como demuestra la segregación de la lucha grecorromana y la posible admisión del pádel acompañando al golf). Hoy en España, pues, parece obligado invocar al poeta Vladimir Maiakovski y a sus Conversaciones con el inspector fiscal. Maiakovski es conocido –además de por su espíritu revolucionario derivado hacia el anarquismo- por los poemas de amor dedicados a su amante Lili Brik, por sus sátiras sobre la burocracia ( las obras teatrales La chinche y Los baños, además de los poemas la Burocraciomaquia y Horrores de papel) y por su sublime y sobrecogedora despedida la mañana del 14 de abril de 1930 a través del poema ¡A todos! en el que intercala un impactante y seco Lili ámame mientras reclama al gobierno que se ocupe de asegurar una existencia digna a su “ familia”:
¡A Todos!
No se culpe a nadie de mi muerte y,
por favor, nada de chismes. Lili ámame.
Camarada Gobierno, mi familia es:
Lili Brik, mi madre, mis hermanas y
Verónika Vitaldovna Polonskaya.
Si se ocupan de asegurarles una existencia digna,
Si se ocupan de asegurarles una existencia digna,
gracias.
Por favor, den los poemas inconclusos a los Brik,
Por favor, den los poemas inconclusos a los Brik,
ellos los entenderán. Como quien dice,
la historia ha terminado.
El barco del amor
El barco del amor
encalló en la vida cotidiana.
Y estamos a mano tú y yo.
¿Entonces para qué
reprocharnos mutuamente
por dolores y daños recibidos?
El viejo Dacio Gil ya se ha posicionado antes sobre su mayor disposición a la prosa y especialmente al ensayo. A pesar de ello, tiene sus propios poetas de culto:
Se estremece con el coraje de Anna Ajmatova en Requiem mientras, de la lectura de los versos, se la imagina esperanzada dentro de aquellas largas filas ante las cárceles de Leningrado intentando identificar a cada cual de los detenidos. Ha intentado ser discípulo aplicado de Lucila Godoy para aprender de las cartas de amor y desamor de Gabriela Mistral, intentando besar al modo como la chilena lo enumera primorosamente en el poema de la misma rúbrica, y ha aspirado casi siempre a acostarse sobre el corazón de la amada, tal como se despide Lucila de su amado Miguel Magallanes (Te amo mucho, mucho. Acuéstate sobre mi corazón. Nunca nadie fue más tuyo ni deseó más hacerte dichoso). Por otra parte, ha tratado de conjugar siempre la palabra felicidad girando sobre la primera sílaba, fe, tal como mandaba Carlos Edmundo de Ory.
Aprendió de Federico Hölderlin la importancia del entusiasmo, comprobando en propia carne que el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona. Ha procurado no olvidar el consejo de Diótima a Hiperión para no desaprender nunca del amor, intentando extraer la lección del poder del sufrimiento. Mario Benedetti le ha enseñado que es posible conjugar el amor y la oficina: que cabe una contabilidad de horas de amor; que puede hallarse siempre un jefe capaz de quedarse ronco de decir mierda y no; que no hay oficina sin amor, ni contabilidad con sólo verdades o mentiras; que tampoco pude haber ningún trabajo sin la esperanza de quedar yo con la roja mancha de tus labios/ tú con el tizne azul de mi carbónico. Asimismo, ha repasado más de mil veces Áspero mundo (el éxito de todos mis fracasos) y reconoce en Ángel González la voz más desesperanzada, y a la vez aplicada en el amor, de la poesía española, tal como resplandece, verbigracia, en Todo amor es efímero:
Ninguna era tan bella como tú
durante aquel fugaz momento en que te amaba
mi vida entera.
O esta otra espléndida lección vital:
Donde pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.
Donde pongo el amor, tengo la herida.
Donde dejo la fe, me pongo en juego.
Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo y juego
lo que me queda; un resto de esperanza.
Al siempre va, mantengo mi postura.
Si sale nunca, la esperanza es muerte.
Si sale amor, la primavera avanza.
Pero nunca o amor, mi fe segura:
jamás o llanto, pero mi fe fuerte.
De igual modo, con las bitácoras vitales y la clarividencia social y musical de Luis García Montero, el viejo Dacio Gil ha aprendido a mirar el mundo con su presbicia a cuestas, a relativizar su vejez y a transitar, de la manera menos frustrante posible, por la historia libre de la dignidad desde el otoño hasta el invierno; habita ya en habitaciones separadas:
¡Que lepra de banderas!
¡Que decencia de números podridos!
¡Que paisaje de escombros!
(...)
No hablo de ilusiones
sino de dignidad, y de mis gafas,
cristales trabajados que me ayudan
a comprobar el precio de las cosas,
a buscar los teléfonos que quiero,
a recorrer los libros,
a mirar los periódicos.
Y estar aquí,
en una compartida soledad,
para ver lo que pasa
con nosotros.
Luis García Montero aspira a ser un hombre digno, no le gusta -como él mismo mantiene- "convivir con los infiernos" y su brillantísima y clarividente cabeza, sensible a todo lo social, va dejando marcas en un camino que debería ser seguido; como estas de La dignidad es la huella de la conciencia:
Ya tiene muchos años
y tal vez ha cumplido su destino.
Nunca buscó la guerra, pero todas
las batallas más tristes
le pasaron por la puerta de su casa.
Casi siempre ha perdido, y cuando los ejércitos
que decían luchar por sus ideas
gozaron la victoria, comprendió los motivos
de su desconfianza.
Comprendía también que los sueños se pierden
y cambian los finales.
No quiso mendigar
delante del amor o de la muerte,
para que la limosna no manchase su orgullo.
Es el orgullo seco un último refugio
de aquellos que conservan sus razones
después de haber perdido la esperanza.
Cuando sentada en el vagón del metro
ve llegar la historia llena de promesas,
triunfos. medallones y bolsas de mercado,
se suele levantar para dejarle asiento.
Es muy vieja la historia que se siente de joven,
tan vieja como ella,
y ni siquiera sabe dar las gracias.
Educada la mira, se aparta y le murmura
siéntese usted, señora,
yo me bajo en la próxima estación.
Por el cordobés poeta y artesano de los aforismos Vicente Núñez ha tenido conocimiento el usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia de todas las denominaciones de ese exceso de carencia que es el amor. Coincide con el poeta de Aguilar de la Frontera en que el supremo diálogo está en el piel con piel; también concuerda en que la amistad es ladrona del amor, así como que amar es ponerse en peligro de muerte.
Su poesía compilada en Mío amor tiene una especial luz. Así, por ejemplo, en Libros:
En el frío papiro de turbios editores
volqué aquellas ansias de mi pasión límite.
¿Era eso la vida? Asco me dio de ella.
Con qué clarividencia sentí que estaba muerto.
O en esta otra, Razón de amor:
Lo que de amor yo supe
lo aprendí desamándote.
Por eso te idolatro
mejor que si te amara.
Acaso esta institucional modalidad recordatoria de los dias mundiales de tal cosa, tenga un efectivo valor. Al menos en el caso de la poesía, hacen que el ser humano no se olvide en este tráfago diario de que dispone de formas de manifestación bastante mejores que la violencia modal que nos asola y amenaza de continuo.
Y, lo más importante: que con esos instantes de evocación, siquiera breves, se consigue proyectar en los interesados una potente luminaria sobre su manera de representarse el mundo en momentos como los actuales de noche preñada de profunda oscuridad en la que se atreven a aparecer los más variados y deformes espectros.
Aprendió de Federico Hölderlin la importancia del entusiasmo, comprobando en propia carne que el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona. Ha procurado no olvidar el consejo de Diótima a Hiperión para no desaprender nunca del amor, intentando extraer la lección del poder del sufrimiento. Mario Benedetti le ha enseñado que es posible conjugar el amor y la oficina: que cabe una contabilidad de horas de amor; que puede hallarse siempre un jefe capaz de quedarse ronco de decir mierda y no; que no hay oficina sin amor, ni contabilidad con sólo verdades o mentiras; que tampoco pude haber ningún trabajo sin la esperanza de quedar yo con la roja mancha de tus labios/ tú con el tizne azul de mi carbónico. Asimismo, ha repasado más de mil veces Áspero mundo (el éxito de todos mis fracasos) y reconoce en Ángel González la voz más desesperanzada, y a la vez aplicada en el amor, de la poesía española, tal como resplandece, verbigracia, en Todo amor es efímero:
Ninguna era tan bella como tú
durante aquel fugaz momento en que te amaba
mi vida entera.
O esta otra espléndida lección vital:
Donde pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.
Donde pongo el amor, tengo la herida.
Donde dejo la fe, me pongo en juego.
Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo y juego
lo que me queda; un resto de esperanza.
Al siempre va, mantengo mi postura.
Si sale nunca, la esperanza es muerte.
Si sale amor, la primavera avanza.
Pero nunca o amor, mi fe segura:
jamás o llanto, pero mi fe fuerte.
De igual modo, con las bitácoras vitales y la clarividencia social y musical de Luis García Montero, el viejo Dacio Gil ha aprendido a mirar el mundo con su presbicia a cuestas, a relativizar su vejez y a transitar, de la manera menos frustrante posible, por la historia libre de la dignidad desde el otoño hasta el invierno; habita ya en habitaciones separadas:
¡Que lepra de banderas!
¡Que decencia de números podridos!
¡Que paisaje de escombros!
(...)
No hablo de ilusiones
sino de dignidad, y de mis gafas,
cristales trabajados que me ayudan
a comprobar el precio de las cosas,
a buscar los teléfonos que quiero,
a recorrer los libros,
a mirar los periódicos.
Y estar aquí,
en una compartida soledad,
para ver lo que pasa
con nosotros.
Luis García Montero aspira a ser un hombre digno, no le gusta -como él mismo mantiene- "convivir con los infiernos" y su brillantísima y clarividente cabeza, sensible a todo lo social, va dejando marcas en un camino que debería ser seguido; como estas de La dignidad es la huella de la conciencia:
Ya tiene muchos años
y tal vez ha cumplido su destino.
Nunca buscó la guerra, pero todas
las batallas más tristes
le pasaron por la puerta de su casa.
Casi siempre ha perdido, y cuando los ejércitos
que decían luchar por sus ideas
gozaron la victoria, comprendió los motivos
de su desconfianza.
Comprendía también que los sueños se pierden
y cambian los finales.
No quiso mendigar
delante del amor o de la muerte,
para que la limosna no manchase su orgullo.
Es el orgullo seco un último refugio
de aquellos que conservan sus razones
después de haber perdido la esperanza.
Cuando sentada en el vagón del metro
ve llegar la historia llena de promesas,
triunfos. medallones y bolsas de mercado,
se suele levantar para dejarle asiento.
Es muy vieja la historia que se siente de joven,
tan vieja como ella,
y ni siquiera sabe dar las gracias.
Educada la mira, se aparta y le murmura
siéntese usted, señora,
yo me bajo en la próxima estación.
Por el cordobés poeta y artesano de los aforismos Vicente Núñez ha tenido conocimiento el usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia de todas las denominaciones de ese exceso de carencia que es el amor. Coincide con el poeta de Aguilar de la Frontera en que el supremo diálogo está en el piel con piel; también concuerda en que la amistad es ladrona del amor, así como que amar es ponerse en peligro de muerte.
Su poesía compilada en Mío amor tiene una especial luz. Así, por ejemplo, en Libros:
En el frío papiro de turbios editores
volqué aquellas ansias de mi pasión límite.
¿Era eso la vida? Asco me dio de ella.
Con qué clarividencia sentí que estaba muerto.
O en esta otra, Razón de amor:
Lo que de amor yo supe
lo aprendí desamándote.
Por eso te idolatro
mejor que si te amara.
Acaso esta institucional modalidad recordatoria de los dias mundiales de tal cosa, tenga un efectivo valor. Al menos en el caso de la poesía, hacen que el ser humano no se olvide en este tráfago diario de que dispone de formas de manifestación bastante mejores que la violencia modal que nos asola y amenaza de continuo.
Y, lo más importante: que con esos instantes de evocación, siquiera breves, se consigue proyectar en los interesados una potente luminaria sobre su manera de representarse el mundo en momentos como los actuales de noche preñada de profunda oscuridad en la que se atreven a aparecer los más variados y deformes espectros.
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