jueves, 26 de abril de 2012
EL CARNAVAL DE ABRIL Y EL CASO DE LOS ESPELEÓLOGOS.
jueves, 19 de abril de 2012
LAS INSTITUCIONES EN SU MANICOMIO: MANUAL DE FORMACIÓN CONTINUA.
Iniciaba el intuitivo polemista Jean- Françoise Revel su libro El conocimiento inútil con una frase lapidaria pero certera: “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”.
Fiel a sí mismo, Revel terminaba el libro como lo que era, un visionario de la política realmente existente, reflexionando sobre la crisis que nos asola ahora en este año 2012: “Así, pues, la conversión del hombre a la acción verdadera no se ha cumplido. En el caso contrario, nuestra civilización no podrá evitar retroceder hacia fases de gestión para los cuales el conocimiento no es necesario y en las que seremos, sin duda, menos eficaces, pero tal vez más felices, si es cierto que la felicidad del hombre depende menos de lo que es que lo que se figura ser. Pero será necesario, y muy pronto, avanzar o retroceder, porque no podemos resistir mucho tiempo la tensión patógena que nos inflige nuestra cultura híbrida, en la que cada uno de nuestros estados de conciencia se divide entre lo que sabemos y, al mismo tiempo, negamos ser cierto, y en la que la humanidad está condenada, para citar a Cioran, a oscilar “entre el oportunismo y la desesperación”, y añadiría yo, entre el cinismo de corto alcance y la contrición impotente."
Analizados detenidamente los argumentos de Revel coinciden plenamente con la patética realidad hispana actual, transida de franquismo de la más pura cepa: mentiras electorales generalizadas; corrupción económica y ética; pelotas de goma contra manifestantes; tribunales convertidos en Tribunales de Orden Público con exclusivo afán recaudatorio y mofa social; cacerías reales e inventadas; planes de estabilización y pauperización; presión fiscal selectiva; venta exterior de la marca “España” por la diplomacia comercial junto a efectiva y real claudicación de España en mundos preferentes como el latinoamericano, con expropiaciones comerciales soportadas en aquellas tierras con la aquiescencia de EEUU y con el paripé de la UE; Perversión Institucional Permanente…
El viejo Dacio Gil es consumidor estructural de múltiples medicamentos, se diría que es un cacho de carne adosada a muchas cajas de medicamentos. Cada mes se acerca a una farmacia a hacerse con sus diez cajas de medicamentos, según dicen imprescindibles para mantenerse con vida. Paga lo que paga por ellas y algunas anécdotas tiene de sonados timos con alguno de los medicamentos (siempre justificados a posteriori por gazapos informáticos que no detectaban que ese específico estaba cubierto por la Seguridad Social), acepta con resignada impotencia su condición de anexo a la química. Hoy su corazón maltrecho se ha sobresaltado con el nuevo cinismo gubernamental bajo veste de copago: nueva humillación institucional. Una más de una larga cadena de indecencias institucionales institucionalizadas. Puro franquismo.
Hay que reconocer que los franceses han sabido describir como nadie las mentiras que mueven el mudo desde tiempo inmemorial y cimentan los sistemas institucionales. No en vano fueron ellos quienes construyeron, verbigracia, la gran mentira del régimen administrativo que vino a sustituir, racionalizándolo –decían-, al Régimen de Policía de los prusianos. Un teórico de la burocracia, Michel Crozier, se quedaba corto cuando anunciaba, allá por los inicios de los años 80 del siglo pasado, que no se cambiaba la sociedad por decreto (“no puede transformarse un sistema social contra sí mismo, imponiéndole un modelo más justo…Se cambia un sistema apoyándose en él, trabajando con él y no contra él.”), cuando hoy, por imperativo del lobo feroz UE todo se cambia por decreto-ley. El estado de excepción permanente, el golpe de Estado constitucional subterráneo es una constante ya en las realidades europeas del sur. Lo grande es que el influjo de la UE no ha conseguido romper las psicopatologías propias de las instituciones europeas: La locura de las reglamentaciones, la locura de las distinciones y los privilegios y la locura del incumplimiento (o, eufemísticamente, cumplimiento selectivo) generalizado del orden jurídico administrativo. Las instituciones en su manicomio.
Contaba con mucha gracia un catedrático italiano de derecho administrativo que eso de las reformas administrativas era una martingala de nunca acabar, pues junto a ministerios de la modernización o de la sociedad de la información se mantenían subsistentes organismos autónomos tan anacrónicos como, por ejemplo, el del fomento de de la cría caballar. Pero son los franceses, nostálgicos de su Grandeur, quienes mejor han descrito el menudeo administrativo, los intersticios institucionales por los que se drenan todas las energías y los presupuestos. El reciente estreno en España de la película De Nicolás a Sarkozy ilustra de manera plástica las bambalinas de la política y el descarado y descarnado pasteleo existente tras el decorado público.
El adelgazado Antonio Beteta, al parecer adelgazador también de funcionarios, debería encargar una edición barata de la obra de Alain Peyrefitte que en España se llamó El mal latino para distribuir gratuita entre todos los funcionarios. Es una especie de biblia sobre las instituciones. Peyrefitte fue, además de amigo personal del general De Gaulle, un alto funcionario de la selecta ENA, que llegó a ocupar la titularidad de prácticamente todos los ministerios posibles. Escribió, además, gran cantidad de libros, lo que llevó a que se dijera que se los escribían negros contratados. Pero en honor de Peyrefitte (o de sus amanuenses) hay que destacar que nos legó una detallada descripción de forense de las patologías de las instituciones y de sus intersticios y drenajes. Lo llamó “el mal francés” y aquí fue elevado a la categoría de “latino”. Fue un acierto la elevación pues hoy no existiría inconveniente en llamarlo “el mal europeo”. Recordaba el multiministro conservador que su amigo y mentor el general de Gaulle le decía aquello de que “el poder es la impotencia” y él se apropiaba la cita maximizándola de su cosecha con aquello de que “la más grave impotencia del poder ministerial es su impotencia en poder durar”. Y de ese libro que Beteta debería repartir entre todos los funcionarios para su formación continuada a cambio de restringir cafelitos y prensa, pueden entresacarse las siguientes perlas:
La administración se muestra inepta para tratar las urgencias.
El talento concede menos posibilidades que la pertenencia a redes clandestinas.
El Gobierno interviene para los detalles pero no domina el conjunto.
La investigación científica padece todos los defectos del Estado: vive cada vez menos para su misión y más para su personal.
El sueño tecnocrático es el de fijar el porvenir sobre un papel: esta afición por la racionalidad elimina el buen sentido. La reglamentación desemboca en un absurdo económico y social.
Los que saben no deciden, los que deciden no saben.
La jerarquía cubre con un velo protector el proceso de toma de decisión: se ignora quién decide, suponiendo que alguien decida.
Cuando la energía circula mal, se estanca: a medio camino se cristalizan los jefecillos, bastante alejados de la cumbre para no temer su vigilancia y protegidos de ella por su estatuto.
Para existir es preciso retrasar, frenar o parar por lo menos una vez de cada dos. De ese modo la ramificación jerárquica se convierte en una ramificación de prohibición.
Una máxima infalible: demasiada información conduce a la subinformación.
La administración es el sabio caos organizado.
¡Hay que contemporizar! No hay otro remedio. Entre tecnócratas y caciques, siempre existe tensión pero siempre componenda.
Electos y nombrados tienen un interés superior: el de durar. Les es necesario durar juntos.
Hay un compromiso tácito: se toleran las pequeñas hipocresías.
Principio de sustitución: Con la máxima frecuencia, el poder es ejercido por quienes no tiene que responder por ello.
El sistema burocrático es una jerarquía autoritaria de derecho, pervertida por una indisciplina de hecho.
Alfred Sauvy demostró que la estadística puede distorsionar la realidad: una mujer es infiel a su marido. Otra es infiel al suyo dos veces por semana. En promedio esas dos mujeres engañan a su esposo una vez por semana.
El ministro eficaz es aquel que abandona una parte para no perderlo todo y concentra su energía sólo sobre algunos asuntos.
La “razón de Estado” acaba por conducir a la locura de Estado.
El poder universal del ministerio de Hacienda lleva a la irresponsabilidad.
La lucha política y las contiendas electorales conducen a una guerra civil fría.
Existe una enfermedad que causa muchos estragos; esta enfermedad se llama despachomanía.
Cláusula del doble juego: el ministro para ser bien visto por sus servicios, los cubre hasta justificar sus errores. Los diputados se hacen elegir clamando contra los despachos y reelegir solicitando sus favores.
El modelo del encasillamiento administrativo se ha extendido a toda la sociedad: Las corporaciones siempre sobreviven a las revoluciones.
Para un latino todo pacto sobre expansión futura es nulo. Los círculos viciosos crean las condiciones de su propia perpetuación. Los políticos se abocarían al suicidio si pretendiesen un cambio electoral que no se desea más que en palabras.
Los franceses han mostrado la tendencia a organizarse no sólo como si nada debiera cambiar, sino para que nada cambie. Los franceses están tan apegados al statu quo como están descontentos con él. Son unos conservadores contestatarios.
El Estado oscila, demasiado débil para ser obedecido; demasiado abstracto para ser comprendido, demasiado desconfiado para atraer la confianza.
Alain Peyrefitte concluye con una arenga como la que sacude actualmente a Europa, a la Europa del sur, a los greco-latinos: ¡Que la sola imaginación del desastre nos despierte! Naomi Klein lo ha definido de otro modo analizando el empleo institucional de técnicas psiquiátricas diseñadas por la Escuela de Chicago: el auge del capitalismo del desastre
Desgraciadamente el diplomático francés decía todo esto hace 36 años (en 1976). Ha llovido mucho. Aunque, visto el ensañamiento tecnocrático (birlibirloque cleptocrático) contra los ciudadanos-medianos, tal vez sea el momento de preguntarse: ¿Quién nos ata? ¿Quiénes se están planteando vender nuestra vida, nuestra muerte y nuestra paz en cómodos plazos y copagos selectivos? Acaso, tal como en su día cantase -y animase- Pablo Guerrero, es posible que todavía tenga que arreciar más la lluvia: Que tenga que llover, tenga que llover, tenga que llover a cántaros…
lunes, 16 de abril de 2012
EL CAFELITO COMO PRODUCTIVIDAD: LA VIRTUD RECOMPENSADA.
La larga convalecencia tiene disminuido al viejo Dacio Gil. Le pasa como a los malos ciclistas: hace la goma con el pelotón, pero terminará descolgándose. Así le ocurre cabalmente con sus amantes más preciadas: los libros. No les prodiga las atenciones y arrumacos que cabalmente merecen. Últimamente viene dedicando tiempo (y fuerza física para mantener en posición de lectura un libro tan grueso como el Postguerra de Tony Judt) al monumental Mendizábal. Apogeo y crisis del progresismo civil. Historia política de las cortes constituyentes de 1836-1837 (Ariel. Octubre 2011. 1164 páginas) del grande, grande Alejandro Nieto. Denso libro que viene a poner broche erudito a Los primeros pasos del Estado constitucional (Ariel. 1996) y al iconoclasta y provocador discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas del 20 de febrero de 2007 titulado Los "sucesos de Palacio” del 28 de noviembre de 1843. Es Alejandro Nieto un intelectual de pura cepa que sobresale largamente por encima de la mediocridad reinante. Pero es, sobre todas las cosas, el máximo indagador y teorizador de la Perversión Institucional Permanente.
Estando en la lectura del océano de datos de la mascarada parlamentaria hispana y de las angustias y estrecheces de la Hacienda Pública y sus empréstitos en época de Mendizábal, hubo tormenta mediática sobre los funcionarios. El adelgazado y rejuvenecido Beteta profirió un quítame allá unos cafelitos y unos periódicos. Beteta es el exponente neto del funcionariete que se ha acostumbrado al coche oficial y al boato de la politiquería y ya no puede renunciar a ellos. Decidió hacerse político y no pasar el frío que deja a los funcionarios ateridos. Se le escapase el dicterio o fuese premeditado para calmar al vulgo, escoció a las personas de buena fe que aún existen y prestan su fuerza de trabajo al interés general cada vez más claudicante. Escocería sobre todo a los más proletarizados que van al trabajo con su termo y sus sándwiches para ahorrar algún eurito para poder echar gasolina una vez al mes. Son aquellos a los que no llegaron -ni llegará nunca burbuja alguna- los beneficios de la burbuja ladrillera (aunque , con privaciones y sacrificios, puedan algunos haber llegado a tener algún pisito de alquiler).
Para enturbiar más las cosas, la prensa (el ABC, en el colmo del desconocimiento, lo titulaba "El alemán más vago") nos alarmaba con los correos electrónicos emitidos por un funcionario de la ciudad alemana de Menden a punto de ser jubilado que reconocía sin tapujos que en los últimos 14 años, desde la última reorganización de su trabajo, había estado presente “pero no había estado”, por lo que se iba más preparado a la jubilación tras embolsarse –según sus palabras- 745.000 euros de todas sus soldadas estando presente sin estar. El funcionario que haya pasado por una circunstancia similar (que no es la excepción sino la regla en muchas organizaciones públicas) habrá pensado en la razón del alegato del funcionario alemán. Los más instruidos habrán recordado el libro de Martin Walser La guerra de Fink, un caso real de la burocracia tenebrosa y sus daños colaterales: la toxicidad de las organizaciones y la hipocresía imperante sobre el mito de la sociedad organizada y racional.
Podrían escribirse miles de tratados con estas dos noticias. Entraríamos en predios pantanosos sobre el ser humano y el poder: los jefecillos, los antiguos chupatintas y sus relaciones con los políticos. El veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia no lo va a hacer de momento aunque se lo pide su cuerpo febril. Se limitará a animar a los bibliófilos a practicar el juego de la búsqueda para terminar accediendo a la página 26 (hasta la 33) del maravilloso España en Astillas (Tecnos. Madrid 1993). O, por otra vía, que indaguen en las páginas 256 a 260 del imprescindible Estudios de Derecho y Ciencia de la Administración (CEPC. Madrid 2001). Para quienes ello no sea posible o no tengan espíritu deportivo, busquen en las hemerotecas el ejemplar de EL PAIS del 26 de noviembre de 1987 ( y a los más osados recomendable es abocarles a que indaguen en los memorables artículos de Nieto sobre funcionarios en el extinto diario EL INDEPENDIENTE).
Dado que, en los tiempos que corren, no es bueno ni quitar ni poner rey, sino dejar que se imponga el orden natural de la vida, deléitense todos los demás leyendo a Alejandro Nieto en la trascripción del intemporal La virtud recompensada que a continuación se incorpora íntegro:
Yo, señores, soy un funcionario de toda la vida. Mis padres, hartos de trabajar y de pagar impuestos inútiles, se empeñaron en que me alimentara del presupuesto y no del sudor de mi frente. Así me educaron, y, por darles gusto, me aprendí, siendo mozo, doscientos o trescientos temas con los que pude agarrarme a los opulentos senos de la Administración, que todavía no he soltado ni soltaré mientras viva.
Entré ilusionado (que viene de iluso) en el servicio público, que a la sazón entendía como servicio al público, y pueden creerme que fui durante muchos años un modelo de burócrata, como lo era mi jefe, hoy difunto. Porque no es verdad, aunque el hecho se toque, que todos los funcionarios son vagos e incompetentes. Para nosotros no había limitaciones de jornada ni de calendario, ni fines de semana ni aun vacaciones: nuestro mundo era la oficina, los expedientes volaban de las manos y nos las arreglábamos como podíamos para superar las dificultades, hasta tal punto que los ciudadanos de nuestra jurisdicción no nos consideraban como enemigos.
El destino, sin embargo, castigó nuestro celo. Mi jefe, que entre otras cosas administraba una granja pública, comprobó una primavera que el ministerio se había olvidado de consignar en presupuestos una partida suficiente para la alimentación de las soberbias vacas holandesas que allí se explotaban y, para no dejarlas morir de hambre, compró forraje con una partida destinada a renovar el regadío. En mala hora lo hizo, porque fue expedientado y en un decir amén expulsado del cuerpo. Con lo cual aprendí una lección que no venía en el programa de oposiciones: no por mucho trabajar se asegura la carrera administrativa, antes al contrario, suele resultar peligroso.
Mi segundo jefe era un hombre mucho más razonable y mejor funcionario, desde luego, puesto que cumplía fielmente los reglamentos y ejecutaba con no menos puntualidad los presupuestos. Las vacas se murieron de hambre (que era una pena oírlas), pero se cumplió la ley, que es lo importante. Y como, así escarmentados y aliviados del trabajo, tiempo y locales sobraban, dejamos dormir los expedientes por los rincones y acabamos cerrando por la tarde, sin que por eso disminuyeran los sueldos, más flacos, bien es verdad, que las vacas famosas en su agonía.
Con esto llovían las quejas y lamentaciones de los ganaderos, que no fueron tan altas como para llegar a Madrid, y, sea como fuere, a Madrid ascendieron pronto a mi jefe; recibiendo así mi segunda gran lección: no por poco trabajar se desmerece en el aprecio de los superiores.
A sustituirle vino un matemático eminente, a quien quedaban muy lejos los problemas cotidianos de ganados y ganaderos; tanto, que no quiso saber nada de unos u otros. Se encerró en su despacho y en un periquete elaboró un proyecto económico de mil y pico páginas, repleto de fórmulas y gráficos, que aseguraban, sin más (al menos así lo aseguraba él), el porvenir de la agricultura de la provincia y, con un pequeño esfuerzo adicional, de toda la pobre meseta castellana y montañas limítrofes. Los ganaderos y yo nos quedamos con la boca abierta ante tal maravilla, y eso que no llegamos a entenderlo y ni siquiera a leerlo, puesto que estaba destinado a cabezas más lúcidas que las nuestras, es decir, a otros burócratas como él.
Con estas andanzas y cambios, yo me quedé sin trabajo, aunque el sueldo, por escaso que fuese, siguiera cayendo con consoladora puntualidad. En cambio, la mía decayó bastante. A media mañana llegaba a la oficina, y si no llegaba tampoco se notaba mucho mi ausencia. Pero, como mi impulso laboral seguía firme y algo se me había pegado de las matemáticas del informe, decidí montar un pequeño negocio de gestión de quinielas, contando con la ayuda de algunos compañeros y subordinados, que en algo habían de ocupar su tiempo. Y hasta el jefe, demostrando con ello una entrañable solidaridad, no desdeñaba echamos una mano ni tampoco poner la suya a la hora de repartir las ganancias. Que no eran pocas, lo confieso, pues los ganaderos que venían a vemos confiaban tanto en nosotros que nos dejaban periódicamente un piquillo, que a veces les rentaba en buenas pesetas y, en el peor de los casos, servía para acelerar el trote de sus expedientes y hasta para distraernos a la hora de las inspecciones y de las sanciones, que el rigor administrativo no es incompatible con unas gotas de humanidad.
Pero Dios no quiso que se alargaran aquellos dulces años y, por envidias y malos quereres, saltó el asunto a los periódicos, donde fuimos calumniados durante algún tiempo con la fábula de que habíamos convertido la oficina en una timba, donde se extorsionaba a los ganaderos que querían algo bueno de la Administración. Ya no me acuerdo de las extorsiones, pero sí sé de primera mano que el negocio era bueno para los cuatro funcionarios que estábamos en el asunto, y que nos ganábamos la vida muy honradamente, sin engañar a nadie y con largas horas de esfuerzo. Y la mejor prueba de ello es que ningún ganadero nos denunció, y tan contentos salían con su expediente resuelto bajo el brazo que hasta se olvidaban, de puro satisfechos, de cobrar los premios de las quinielas.
Aunque de nada nos valieron tan buenos argumentos, porque tras los periódicos vinieron los inspectores y fiscales, y con ellos los quebraderos de cabeza. Pero la justicia, como era de esperar, terminó luciendo sobre las mezquindades de los envidiosos y todos fuimos absueltos sin proceso, sin otro accidente que el de un ordenanza que pagó por todos. Y ésta fue mi tercera lección: las corrupciones funcionariales nada importan a la Administración, y si ésta, por presiones públicas, ha de intervenir, su disciplina recae en el más pequeño.
A partir de entonces las cosas empezaron a torcerse sin piedad. Cuando yo había recuperado mis ilusiones de servicio, apareció en la oficina un contratado, que ocupó la mesa de al lado y que, haciendo exactamente igual que yo durante idénticas horas, cobraba justo el doble. Y, como mi sentido de la justicia no podía soportar tamaño desafuero, decidí establecer el equilibrio a mi modo, trabajando la mitad que él, con objeto de que cada renglón escrito saliera al mismo precio. Lo que hice en mala hora, porque mi colega, que también debía tener ideas propias sobre la justicia distributiva, rebajó por su cuenta su rendimiento para equipararse al mío. Y cuando ya estábamos los dos rozando el cero, gastándonos el sueldo en periódicos y el tiempo en rellenar crucigramas y tomar café, le escalafonaron por la puerta de atrás y ascendieron a no sé donde. Moraleja: ni el sueldo se corresponde con el trabajo ni el ascenso con el rendimiento: esforzarse es un capricho gratuito.
Luego llegó la época de los funcionarios modernos -modernos de cuerpo y mente-, a quienes la rutina se hacía inaceptable. Se pasaban el día haciendo organigramas y proyectando renovaciones administrativas, sin tocar un expediente, que debía saberles a cosa vulgar. La verdad es que de ellos puedo decir muy pocas cosas, porque todos eran ascendidos como globos en tormenta, empujados por el viento de la famosa modernidad. De donde deduzco que la modernidad es muy buena, al menos para ascender, porque los ganaderos no llegaron a enterarse de en qué consistía.
Lo que sí es claro es que la inteligencia y energía de estos funcionarios de nuevo cuño no podía encerrarse en los estrechos límites de una sórdida oficina, por lo que decidieron servir al público de un modo muy particular. Tan particular y eficiente que montaron un despacho propio, en el que despachaban por la tarde lo que no habían hecho por la mañana, cobrando una pequeña cuota, que los ganaderos pagaban con mucho gusto. Demostrándose así que modernidad y desfachatez no son incompatibles y que hay muchos modos de servir al público y dejarlo contento.
Los aires de modernidad ventilaron bien nuestra oficina, que de miserable se transformó en suntuosa; ampliada fue y poblada con un personal insólito de jóvenes agresivos y señoritas elegantes. Ninguno, por supuesto, había hecho oposiciones ni tenido que demostrar nada, que son banales exigencias de una Administración obsoleta que urgía demoler. Y nada hay que decir de la eficacia, puesto que, prescindiendo de los ganaderos (de quienes nadie se preocupaba a las horas de oficina), todo salía a pedir de boca y en Madrid estaban muy contentos de nuestra gestión. Con lo cual me enriquecí con una nueva experiencia: las oposiciones son inútiles cuando luego no se va a encomendar al funcionario que haga algo que precise ciencia, capacidad y experiencia. Así las cosas, y como nunca faltan ilusos y descontentos, empezaron muchos a pensar y a decir que la situación era vergonzosa y que los pecados de la Administración eran tan graves que sólo podían remediarse desde fuera, es decir, con un cambio político, única solución que se nos ocurría.
La providencia terminó escuchando, como es notorio, nuestros suspiros, y con el cambio político llegó el cambio administrativo, que se notó de inmediato en todas las esquinas públicas. Por lo pronto, se convirtió en funcionarios a cuantos habían ingresado por amistades o Dios sabe cómo. Con ser esto mucho, no terminó aquí el proceso renovador, puesto que continuó llegando gente, tan ayunos de conocimientos como hambrientos de sueldo. Era una gloria ver llegar cada mañana a nuevos interinos, contratados, asesores, consejeros, especialistas y expertos; todos con su carné democrático en la boca y escondiendo el sueldo para que los demás no nos enteráramos. Y buenos eran (y son), porque no molestaban a nadie; para no dar preocupaciones, de puro generosos, ni exigían siquiera una mesa y se contentaban con que les pasaran el sueldo a su banco a fin de mes, mientras les llegaba la hora del escalafonamiento, que no tarda mucho en llegar, aunque sea a costa (que todo en la vida tiene un precio) de los pobres infelices que pierden su juventud entre temas y librotes, sin molestarse en estudiar el color de quienes mandan. Con lo cual pude terminar yo mi formación administrativa aprendiendo que siempre se puede ir a peor y que no hay que poner demasiadas esperanzas en las reformas de los políticos, mientras a éstos les importen aquéllas lo que a mí el cultivo de algas en la Patagonia.
Al cabo de tantos años y penalidades, como yo, aunque viejo, no soy tonto, decidí sacar provecho de mis muchas experiencias. Así que busqué en el armario la camisa política adecuada y, para mayor abrigo, empecé a escribir artículos sobre la reforma administrativa, copiando con diligencia tonterías en varios idiomas. Con lo cual obtuve en un santiamén credenciales de experto y de fidelidad política: ambas muy justas puesto que nadie me gana en la sutil operación de llenar de aire envoltorios vacíos, y en cuanto a mi fidelidad política, está fuera de duda y la he demostrado, y estoy dispuesto a demostrar cada día, sirviendo con reverencias a quien quiera colocarme y pagarme.
Con tales dotes pertrechado, mi virtud ha sido al fin recompensada, y héteme aquí dirigiendo un organismo público, del que no podrá decirse que no vale para nada, ya que me da de comer a mí y a un puñadillo de cientos de empleados. Y conste que lo hago muy bien. Mi honradez y mi eficacia se manifiestan en una exigencia puntual de horarios e incompatibilidades a todos los subordinados inferiores. Y lo que me ahorro con tan saludables medidas me lo gasto en publicidad, a meter a mis parientes y en contratar a gente de fuera, con tal que sean amigos y eficaces, lo que por la mitad de precio, pero con desgana, harían mis funcionarios. Y, sobre todo, contrato grandes proyectos de reforma de la Administración y de su modernización, que es lo que se lleva y a todos gusta. Y, aunque nunca he leído lo que me escriben, estoy seguro de que se trata de cosas estupendas, que algún día me resolverán la única cuestión que de momento me inquieta: para qué valen estos organismos públicos, de dónde sale el dinero para financiarlos y, en fin, cuánto tiempo tardarán los ciudadanos -con los propios funcionarios al frente- en cansarse de esta broma y tirarnos a todos por la ventana.
Pero, como esta posibilidad es muy remota, vivo feliz, y en los momentos de desasosiego leo los discursos políticos y compruebo que las cosas, además de ir bien, cada día van a mejor. Lo que me creo a pies juntillas y punto en boca, no sea que me confundan con esa patulea de izquierdosos y fascistas que no hacen más que quejarse y lo único que quieren es quitarme a mí el puesto, tan laboriosamente adquirido. Y termino esta larga confesión porque antes de ir a la oficina he de despachar aún varios asuntillos particulares y algunos otros públicos que voy compatibilizando para redondear honestamente el sueldo.
martes, 3 de abril de 2012
ES-TU-DIAN-TES: FISIOGNOMÍA DE LOS ROSTROS.
Ante el desplome –y las cada vez más frecuentes noticias de fraude- de la ciencia tradicional, parece lógico, o al menos razonable, replantearse los postulados básicos en los que solemos construir nuestros saberes. Hoy en día que priman la imagen, el capital erótico y el lenguaje no verbal positivo acaso habría que recuperar lo que la organización oficial llama pseudo-ciencias. Hubo un tiempo en que autores como Lavater y Lombroso gozaron de cierto predicamento social aunque luego fueron repudiados. Hoy en día con el auge desmedido de las ciencias policiales en relación con las nuevas tecnología, el análisis de las caras se está volviendo a poner de moda. Y ya se sabe: son las modas las que terminan trayendo y asentando las ciencias. Incluso Don Miguel de Unamuno llegó casi a considerar la cara un apósito de la boina, dada la condición “niveladora” de ésta. Bromas aparte, es bien cierto que hoy deberíamos detenernos más tiempo en analizar las caras. Y no porque lo diga la inteligencia emocional o porque la neociencia policial (¿polícía científica o ciencia policial?) haya encontrado un filón en la materia analizando caras con ayuda de los inter-faces.
Al viejo Dacio Gil le faltan conocimientos para entrar, aunque la recomienda vivamente, en la sabia distinción hecha por el psiquiatra social Carlos Castilla del Pino entre la cara y el rostro, primorosamente condensada en los magníficos Aflorismos. Pensamientos póstumos publicados recientemente. Como muestra valga un botón:
La cara se ve, el rostro se lee, porque el rostro es la cara en movimiento.
El rostro es la cara viva, habla, nos dice, hay que oírlo, leerlo.: en su conjunto está la clave del texto.
Hay que fijarse bien en los ojos, en la mirada. Si quieres retener lo fundamental del otro, atiende a sus ojos, fíjate en su mirada.
Habría que escribir un libro sobre las miradas, bien y sabiamente ilustrado. Sería como una enciclopedia sobre un detalle fundamental del rostro.
Viene todo ello a cuento porque alguien debería abordar un análisis minucioso de los rostros del nuevo Gobierno. Margallo, el sorprendente y sorpresivo Ministro de Exteriores muestra un rostro aturdido, desbordado. Si la descolorida izquierda tuviera la mala leche de la derechona ya habría propalado chistes diversos como en su época se lanzaron para desprestigiar a Fernando Morán. El bien vivido inspector de Hacienda,hoy jefe de los estirados diplomáticos y diplomáticas, se conforma con hablar de Gibraltar español y con nombrar a Trillo embajador para que lleve a sus niños en el coche oficial al cole y para que de vez en cuando hable de Shakespeare a los ingleses…aunque sea sólo en lo relativo al lenguaje jurídico. Las malas lenguas dicen que se trató de una tesis doctoral hecha de encargo…
Otro que muestra en su rostro el desconcierto supino es el Ministro del Agua y las Costas. Parece tratar de tapar su aturdimiento con gracietas de poca envergadura, a modo de maniobras de distracción. Pero el que verdaderamente es revelador en su rostro es el presidente Rajoy: traduce y contagia miedo. Mucho miedo. Ha encontrado su desfogue en los mítines, en los que aparece más relajado, pero el miedo que transmite el rostro y el lenguaje no verbal de Rajoy es abrumador, de manual. Sin duda es el peso de la púrpura y de las patologías organizativas connaturales al Estado… Luego está el rostro neutro de Gallardón, entrenado en mil batallas y en ORAS y ORAS de detraer dinero de los madrileños. El rostro de la ministra Báñez hay que analizarlo en comparación con sus antecesoras Vogue. Es un rostro de derecho comparado. El viejo Dacio Gil cree que la Ministra de la huelga fue elegida precisamente por su rostro de monja-alférez, alejado de los parámetros del capital erótico tan de moda. Y, en fin, el rostro de la señora Saénz de Santamaría es el prototipo de la sonécdoque visual: el todo por la parte. Sus ojos de tacones de aguja denotan una tremenda ambición no siempre buena. Es lo que tienen estas ministras semi-enanas: su frustración de no poder dar capones con la barbilla las hace insoportables y soberbias. Ya hubo un antecedente en el PSOE, la ministra Ángeles Amador. Realmente son un calco…al menos en los tacones y en la ambición desmedida y desbocada.
¿Qué decir de la cara de Rodrigo Rato? Pues que nada bueno debe haber en el subsuelo de Bankia, porque a Rato, desde que preside Bankia, se le ha puesto una permanente expresión sombría en el semblante. Su cara debería ser un termómetro inequívoco para los eventuales impositores incautos: parece sano huir de Bankia, por lo que pueda terminar aflorando.
Pero a lo que iba, que el veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia –los años no perdonan- se suele perder por veredas accidentales. La larga convalecencia obligó al viejo Gil a huir de la radio y a refugiarse en las retransmisiones deportivas que no fuesen unidimensionales con Ronaldo y ese Real Madrid emprendedor de parque temáticos por el mundo, de los Emiratos Árabes a Uruguay (como el Las Vegas de Esperanza pero a la inversa). A las 12.30 del domingo pudo volver a ver al Estudiantes del que, a mucha honra, el viejo Dacio Gil ha sido seguidor desde los tiempos de las gestas de aquellos jovenzuelos atrevidos y elegantes junto a ese pivot armario llamado Taylor frente a Aiken, Emiliano y compañía (luego vendrían Russell, Pinone, Winslow y los laureados Orenga, Herreros, Azofra, Arroyo etc). Fue abonado hasta la trashumancia a Carabanchel. Ha vibrado enormemente con las hazañas del Estudiantes, pero ver al hoy Asefa es una auténtica pena: una deslavazada banda sin orden ni concierto. Sólo el renqueante Germán Gabriel se salva de la quema. Algo muy grave debe de estar pasando en el seno del Estu cuando la situación devora a Pepu y podría lapidar también, si se terciase, al “curita” Martínez, a Carra y a cualquier entrenador de renombre o practicón.
Trifón Poch es un entrenador serio y trabajador. Un filósofo del baloncesto sin trampa ni cartón. Su mensaje corporal denota asepticismo, pero su rostro era un poema el pasado domingo. Distinto al de Margallo. Más digno que el de Rajoy (Poch no traducía miedo sino perplejo distanciamiento de cuanto percibe) pero sumamente revelador. Sobraban las arengas en los tiempos muertos ante unos americanos erráticos e incluso pendencieros sin venir a cuento. Poch no merece que la situación del Estu le devore tambiéb a él; ha arriesgado mucho prestándose a venir desde Granada. La historia gloriosa del Estudiantes también merece mucho más que una lánguida banda de conocidos (que ni siquiera parecen amiguetes). Alguien debe de hacer algo para que Estudiantes se salve. Aquellos equipos de jovencitos con desparpajo se han trocado hoy en legiones de viejas glorias con todo hecho ya. Es cierto que el Ramiro ya no provee de cantera baloncestística pero algo habría que hacer y con urgencia: Desde hoy mismo frente al Fuenlabrada que parece decidido a desaparecer por las penurias municipales…
El Ramiro de Maeztu comparte campus con el CSIC, y ya es sabida la cleptocrática ingeniería financiera desbocada aplicada en el vecino en los últimos años. Cuestiones de Agencia, se supone. Puede que ambos se hayan contaminado fatalmente.
Precisamente el pensador que da nombre al instituto bilingüe que en su día fue cantera inagotable del baloncesto español, Ramiro de Maeztu, habló de la fisionomía moral, de la raza. Era una teoría discutible, pero tal vez al Estudiantes actual le falten raza y carácter. Es una mala mixtificación de desaciertos encadenados.
Desde luego el viejo Dacio Gil no aspira ya fundar ningún Instituto de Fisonomía dentro de los del CSIC, aunque caraduras y tipos delictivos hay muchos para poder analizar en el animalario. Hoy los Institutos se crean sólo para atrapar financiación europea y colmar ambiciones personales, pero el viejo Gil gusta detenerse en el lenguaje no verbal y en el brillo y limpieza de la mirada y los rostros de sus interlocutores. Así cree profundizar en la persona, en el ser humano. La mirada de Trifón Poch era un poema el pasado domingo: límpida pero triste. Aún con todo, el viejo Dacio Gil prefiere la mirada de Séneca del entrenador cordobés que la de Margallo, Cañete, Santamaria, Gallardón. La de Rajoy ya no digamos: ¡Contagia el miedo!
¡Ánimo Trifón! Intenta transmitir a esa banda que el Estu es una rica historia de dignidad y de sana humildad, de limpieza. Y al que dude, remítele a Garibaldi…o a Gavioto.
EL ESTU NO PUEDE DEJARSE SUCUMBIR.
domingo, 1 de abril de 2012
LA FIEBRE EN LA SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO.
A principios de la semana pasada al viejo Dacio Gil le atrapó un “bichito” –o varios- que le ha tenido continuadamente postrado en el lecho. Y estar en el lecho acompañado de esa dama llamada fiebre es la cosa más incómoda y desagradable que existe. La calentura te priva de cualquier actividad, terminas con llagas por varias partes del cuerpo y autopercibes un cierto acre olor a pretendiente a pareja de baile de la Vieja Dama. Aunque, bien pensado, los peores males son los mentales producidas por la búsqueda, entre el aparataje electrónico, de un lenitivo para tanta postración. Dado que con fiebre no apetece leer, la escucha de la radio parecería la mejor alternativa. Craso error: ¡Todo banalidades! ¡Nada alcanza al estatuto menor de la media verdad! ¡Todo con ropajes pseudo-científicos o con pretensiones de cientificidad! Las tertulias que proliferan ya en cualquier tramo horario repiten sin cesar falsedades como si de sólida ciencia se tratase. Si uno, harto de la calentura y de la trepanación radiofónica, menea el dial está perdido: la maldición le persigue con otras falsedades de signo contrario con las mismas pretensiones de cientificidad y aura de verdad absoluta. Así a lo largo de todo el espectro del dial. Así una vez tras otra, a las 8 de la mañana y a las 12; a las 4 de la tarde y a las 10 de la noche. Y no hay tregua pues, tanto a la hora del despertar como al acostarse para intentar dormir, las tertulias, que aparentan pluralidad, pontifican con pretenciosas proclamas abstractas transidas de falsa cientificidad.
Con los primeros escalofríos y la fiebre en los 40 grados, el viejo Dacio Gil lo achacó todo a la campaña electoral permanente que vive España, en la que se ve enfrascado el inmenso PRI (o el Movimiento) con los “tercios” de derecha (el niño Arenas se ha convertido en abuelito, fiel paradigma del partido hoy de gobierno), de socialismo, pero también de derechas (con Rubalcaba, los hermanos Serrano, Pichelo, Lisavetzsky y demás corifeos “desteñidos” manteniéndose de matute en las muy diversas instituciones) y el del comunismo vergonzante, asimismo de derechas (Unido o Plural, pero siempre con los mismos nombres repartiéndose las mismas gabelas bajo soflamas en las que ni ellos mismo creen ya) tiene copado el sistema para parasitar en él y canibalizar a la amplísima franja de “consumidores-medianos”. ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! Gritan todos los tercios de representación refiriéndose a la UE para que aceptemos sin rechistar la servidumbre voluntaria y mangoneos tan rastreros como el hurgar en las nóminas de funcionarios que no vieron un duro de la burbuja desinflada. Pero no. En el caso del veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia era el “bichito” que se había instalado en las vías respiratorias y gastrointestinales.
Cuando llegó la semana de los análisis electorales, el viejo Dacio Gil cobró conciencia del enorme daño que hacen los medios de comunicación. O mejor dicho: calibró que los medios son ya mera polea de transmisión del sistema establecido (el viejo tema de la prensa, el poder y el dinero en la sociedad del espectáculo). En los medios, todo quisque aventuraba sus valoraciones políticas como si de Giovanni Sartori se tratase. Al menos el casi nonagenario Sartori, en su último libro recopilatorio (Cómo hacer Ciencia Política), airea las vergüenzas de una disciplina de azaroso recorrido y destapa el zigzagueo humano para su establecimiento científico, mientras que los periodistas y tertulianos no hacen nada de eso: pontifican, como si fuesen sabios, en un extraño medio camino entre el entretenimiento y el engaño a los oyentes. Se han trocado en elementos esenciales del apuntalamiento del sistema. El viejo Dacio Gil se removía inquieto en el lecho, mitad por la alta fiebre mitad por la estulticia de los voceros del Monstruo Amable (Raffaele Simone). Mientras la fiebre no daba respiro alguno, sentía vergüenza de la contribución de los medios de comunicación a la infantil banalidad organizada. Nocivo efecto mariposa.
Y en esto la huelga alcanzó al viejo Gil percibiendo su inequívoco rancio olor a pretendiente de la Vieja Dama en su segunda semana de convalecencia. Una huelga premeditadamente ambigua y ambivalente con sus monjes oficiantes en el papel de santos benedictinos sin catar un gramo de alcohol de su dulce brebaje. Una huelga seguida de manifestaciones callejeras para remarcar toda la ambigüedad calculada. En el fondo, la huelga era el encuadre en el que los “sujetos institucionales visibles” reclamaban su derecho a ser reconocidos por el poder en el reparto del pastel presupuestario y organizativo. Parece la aspiración a una especie de refundación descolorida de esos “sujetos institucionales visibles” que son los sindicatos. Cabe preguntarse si tienen sentido hoy, en plena crisis económica, varios sindicatos fuertemente estructurados si ellos mismos proclaman la homogénea unidad de acción sindical. ¿No se aligerarían cuantiosamente las cargas públicas unificando sindicatos o en un sindicato Plural? ¿Es preciso recurrir a la esquizofrenia que provoca hoy en día una huelga general en beneficio exclusivo del Monstruo Amable y de quienes pretenden vivir a expensas de sus repartos? Los estultos –e interesados- análisis de la huelga y sus simultáneas manifestaciones vespertinas anejas afectaron también a la quebradiza salud del viejo Dacio Gil. Subía la fiebre. Patinaba su entendimiento.
Y cuando ya, por fin, parecía que la fiebre iba remitiendo, el cosmético y publicitario Consejo de Ministros del día de hoy vuelve a atacar el hígado del viejo Gil revolviendo sus bilis. Tras aquella fantasmal “Ley de transparencia y buen Gobierno” que no se sabe bien qué es, pero su eficacia jurídica será idéntica a aquella otra pomposa “Ley de tráfico de influencias y uso de información privilegiada” (humo jurídico sobre humo económico) ha venido el anuncio de recortes presupuestario que se quedarán en poco más que no sea detraer cantidades del sueldo de los funcionarios. Cuando se analiza el menudeo administrativo cotidiano se comprueba que este gobierno no toca nada de lo que alardea que va a tocar. Que deja subsistentes grandes vías de drenaje económico y de corrupción. Que se conforma sólo con endilgar a los funcionarios las labores que las empresas de servicios (que los cobraron a precio de oro tras licitaciones amañadas) dejaron inacabadas. Para ello violentan las RPTs vigentes, el interés general y demás principios de buen orden convivencial, dejando campar a sus anchas a las “mafias” que sangran el presupuesto violentando continuadamente la legalidad. Con Ruíz Galladón en el Ministerio covachuela, el Gobierno intenta de un plumazo aparentar que han resuelto los atascos judiciales: elevando desorbitadamente las tasas (¡que ya había establecido Zapatero para “modernizar” la Justicia!) se quitan de sopetón todas las reclamaciones y recursos. Buena defensa del estado de derecho. El sueño de la razón produce monstruos…pero no les importa. Una regularización judicial para que los vagos y maleantes togados (que los hay, como en botica) aparenten estar al día y maquillen sus estadísticas sin perder un duro en gabelas procedimentales. España es un enorme albañal judicial, económico y político.
Es España, además, un entramado institucional fallido, vacío de contenido ético. Nada se acomoda a los objetivos estatutarios previstos. Todo son desviaciones y perversos deslizamientos. Los Jueces fallan ( en el pleno sentido de la palabra fallar); los inspectores de Hacienda son espías dobles de los eufemísticamente llamados “grandes contribuyentes” a los que previenen convenientemente a tiempo de los cambios legislativos; los inspectores de trabajo están más interesados en consejerías laborales en el Caribe o en estar a bien con los “sujetos institucionales visibles”; los Abogados del Estado han entregado su trabajo al Bufete Garrigues que cobra cuantiosas sumas por dejar sus trabajos a medias…como pasa con todas las encomiendas de gestión. Y así sucesivamente. Y así exponencialmente.
Hace alrededor de año y medio (en los estertores del lamentable gobierno de Zapatero) un curtido inspector de trabajo contaba al viejo Dacio Gil las dificultades que se encontraban para poder sancionar pecuniariamente a unas empresas que se terminaban esfumando. Y aseveró algo bien juicioso: “Yo creo que ha habido una consigna de cuanto peor mejor. Se están retirando empresas y capitales. Responde a una estrategia para cobrárselo en especie a los ganadores electorales.” En aquel momento, el viejo Dacio Gil le prestó atención, se quedó con el dato y asintió sin acaloramiento. La “Regularización” fiscal presentada hoy por el tercio familiar en el Gobierno pone claramente de manifiesto que el inspector de trabajo tiene un fino olfato: El gobierno se beneficia de una sima económica al comienzo de la legislatura para poder presentar datos estadísticos favorables dentro de cuatro años. Para ello paga el peaje (la puerta giratoria de que hablase Naomi Klein) de que los empresarios se puedan acoger a una amnistía fiscal indisolublemente unida a la reforma laboral en curso.
El viejo Dacio Gil lleva muy mal estar postrado en cama por casi dos semanas. Esta dispuesto a encomendarse al pensamiento positivo para cultivar el lado bueno de la enfermedad y visualizar la sanación. Dicen que la actitud mental positiva hace milagros. El albañal patrio, las enormes duplicidades institucionales, la ineficacia estructural y el engaño permanente en la infantiloide civilización del espectáculo (Mario Vargas Llosa) no coadyuvan a que el viejo Gil pueda ser apóstol de los milagros del pensamiento positivo y de sus beneficios psicosomáticos. Aseguran los innumerables coaches personales surgidos en los últimos tiempos que pensar en positivo termina curando...
¿O serán los antibióticos…?