lunes, 27 de febrero de 2012

MAURICE ANDRÉ, LA TROMPETA CELESTIAL.

Cada cual es reflejo de la información recibida y lograda asimilar y de los propios afanes por conocer e intentar comprender. Algunos con grandes cualidades personales, transitando por esas sendas de la indagación, llegan a tener una vasta cultura. El viejo Dacio Gil conserva aún su patológica necesidad de intentar entender y comprender lo que acontece en su derredor y puede proclamar con orgullo que ha perdido poco fuelle su inherente tendencia a rebuscar entre recortes y desperdicios informativos en orden a suplir su déficit de conocimientos. Aunque se tiene por un hombre sensible –ese romanticismo que le ha llevado a no considerarse nunca entre los triunfadores, embarrancado en aparentes estériles combates contra la fealdad moral- nunca ha sido, ni ya llegará a serlo jamás, un hombre de cultura. Lo poco que sabe se lo debe a la generosidad de quienes le distinguieron con su amistad que le abrieron puertas y caminos. Eso es lo que le ocurrió con la trompeta celestial.

El joven Dacio Gil creció en un franquismo cuartelero. La mayoría de edad apenas le alcanzó de soldado (con el INRI de “voluntario”) en una mili obligatoria a la que no encontraba sentido alguno. Entendía bien poco lo que sucedía en aquel cuartel en el que las horas de guadias y refuerzos se hacían interminables y transitaban a golpe de corneta. En aquel cuartel el corneta solía ser alguien que, a lo sumo, sabía tocar la guitarra o la bateria, aunque con el paso de los días podía terminar, si se reenganchaba de chusquero, en la banda de la región militar en la sección de viento metal. El marcial chunda, chunda podía ofrecer una carrera con estrecheces, sin grandes virtuosismos ni metas, pero honrada.

Fuera de la castrante actividad castrense (con el torpe y errado agravante del “voluntariado” que aspiraba erroneamente hacerla más llevadera aunque más larga) el joven Gil identificaba la trompeta con los pasodobles que interpretaban los gitanos callejeros o con el acompañamiento musical de la “troupe” junto al perro y al volatinero.

Trabajosamente, en su afán por cultivar su sensibilidad, el veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia fue descubriendo los violines, el violonchelo, la música barroca con los Albinoni, Vivaldi, Bach; Haydn, Mozart; luego Schubert… Más adelante sus círculos de amistades le introdujeron en Praetorius y de ahí ya pasó a intentar paladear las diferencias interpretativas y de conducción. Pero la gran sorpresa -justo es reconocerlo ahora en honor a los inductores y al protagonista que ha partido- fue que la trompeta recobrase la calificación de instrumento divino, más allá de su identificación con el Apocalipsis. Hasta ese momento, los instrumentos de viento (ni siquiera los pífanos o las flautas "mágicas") no se encontraban entre los predilectos. Ese milagro lo consiguió un virtuoso francés hecho a sí mismo bajo los firmes auspicios de su padre.

Maurice André marca un antes y un después en la interpretación de piezas musicales clásicas y modernas con la trompeta. Las grandes composiciones barrocas para trompeta son ejecutadas por André con una maestría hasta ahora incomparable. Sus registros y limpieza sonora son proverbiales. Escuchar el órgano de Bach a través de la interpretación de André a la trompeta es una experiencia sublime. Como tambien es inigualable la audición del concierto de Aranjuez por él interpretado en el que el viento mece amorosamente a la cuerda hasta suplantarla. Lo mismo ocurre con su versión brilantísima del Adagio de Albinoni tal como lo recuperó Remo Giazotto. Con Maurice André la trompeta piccolo gime cual violín o violoncello. Puede afirmarse que, a pesar del complejo de inferioridad sinfónica de los instrumentos de viento metal, cualquier ser mortal no es siquiera iniciado en música si no se ha emocionado previamente con el virtuosismo de André. En uno de sus sueños más raros y más selectos, el viejo Dacio Gil aparece en una audición privada de Mstislav Rostropóvich, David Óistrakh y Maurice André juntos para esa ocasión.

Los biógrafos, autorizados o no, de Maurice André cuantan que fue minero en sus años difíciles y que sufrió en su juventud una afección pulmonar que no le impidió llegar a ser en el arte de la trompeta lo que Paganini en el violín.

Aunque ya no daba conciertos desde 2004, Maurice André ha sido fichado el pasado sábado como trompeta solista para la egregia filarmónica celestial. Dicen que el concierto de acogida en tan selecta Academia se lo ofrecerán Antonio Vivaldi, Tommaso Albinoni y Leopoldo Mozart en la primera parte y Louis Amstrong, Dizzy Gillespie y Miles Davis en la segunda.

Su definitiva partida es una inmejorable ocasión para recordarlo escuchando su obra con el recogimiento que su virtuosismo merece.

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