lunes, 13 de febrero de 2012

EL SUEÑO DE LA RAZON JURÍDICA PRODUCE ASCO.

El viejo Dacio Gil se encuentra desde hace varios días sumido en una gran duda existencial. Pondera si merece seguir alzando la voz (y el puño, y la hoz, y el martillo…y muchas más cosas más) en esta Tribuna Alta Preferencia dado el estercolero totalitario en el que nos encontramos sumidos todos junto a la democrática Atenas. Sostiene este Gil que el tradicional cogito ergo sum ha sucumbido ante el cogito interruptus dominante. Si ya no somos nada –y menos que terminaremos siendo-, ¿a qué seguir intentando pensar en voz alta? Si la concatenación de escándalos económicos, judiciales y mediáticos nos han terminado convirtiendo en bienes mostrencos o en semovientes ¿qué sentido tiene intentar sugerir algo a unos eventuales lectores embozados en el silencio o como logoterapia?

Los aires totalitarios que hacen el ecosistema europeo irrespirable parecen aconsejar el silencio o la salida monacal. Cabe, eso sí, el metamorfoseo cínico a lo Rubalcaba pero para esa opción límite hay que tener unas enormes tragaderas, un desprecio absoluto para los distantes semejantes y unas ganas locas por seguir viviendo del cuento de la política insana, pues en la vida real hace muchísimo frío. Cabe, en fin, lanzarse a la calle a mostrar el descontento como los atenienses pero al viejo Gil le pilla en un trance achacoso y en pleno descreimiento en la capacidad de movilización ajena. Escribir en un blog por muy terapéutico que pueda ser parece hoy fuera de lugar con el estado de excepción y la “vuelta a las andadas” que lo domina todo. El veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia siente pánico por lo que se nos avecina y estaría dispuesto a suscribir tilde a tilde el pesimismo antropológico que exhalan las Confesiones de un burgués de Sandor Màrai. Ni los unos ni los otros harán nada por la gente corriente. A lo sumo nos aplicarán la compulsión directa en cuerpo, alma y bienes. En esta piel de toro le pones librea al portero de tu casa y se cree capitán general con mando en plaza y, pistolón en mano, te intimida y tortura hasta la extenuación. Casi casi como el Secretario-Administrador (asalariado del común) en la Junta General de la comunidad de vecinos horizontales: engaño tras engaño, con desprecio absoluto al órgano soberano.

Al viejo Gil no le consuela ni siquiera coincidir en el diagnóstico con el sabio Ignacio Sotelo que le confesaba días pasados -cuando coincidieron ambos el día de la última representación de Los Emigrados en la sala Réplika-, que atisba con pesimismo el futuro de Europa y de los españoles. Que sin juventud rebelde no hay avances sociales relevantes. Y Sotelo no suele errar en sus diagnósticos como ha demostrado con la universidad, la socialdemocracia, Europa, el estado social, el franquismo, el PSOE y cualquier tema que tenga a bien someter a su consideración de sabio.

Que una sentencia judicial sobre un juez proclive al estrellato (el ámbito más totalitario de la sociedad que ya es decir, pues España es un enorme Tribunal de Orden Público en el que las togas de primer, segundo, tercer o cuarto turno hieden) se encuentre hoy en boca de todos parece la prueba del 9 de lo que está pasando. La justicia humana ha sido siempre así: ni la verdad ni la justicia importan; sólo el prurito leguleyista huero. Ahí tenemos si dudamos a la "remasterizada" De la Vega con su amigo del alma (y del cuerpo) Ledesma en el dorado nicho del aconsejamiento perpetuo del fantasma Estado; con “Alicia” Zapatero formando el trío de la Bencina. Que Dios pille confesada a la casta-meretriz de la Justicia cuando nos llegue la hora del Juicio de verdad (si es que es de verdad el juicio universal). Juicio que, al paso que vamos, también será amañado para que unos entren a pie y otros en coche, ya que ante las puertas del infierno es de esperar que nos agolparemos los parias intercambiándonos el aliento como ocurre a la salida del campo de Vallecas Arroyo del Olivar arriba, mientras los señoritos de siempre y los parvenus dejarán ligero rastro de sus caros aromas sin apreturas de ningún tipo y sin la onerosa presencia popular. Todo por la sedicente (y sediciosa) virginidad del Estado de Derecho.

Hubo un tiempo en que los letrados que actuaban ante la sección sexta de la Sala de lo contencioso del Tribunal Superior de Madrid llamaban "el estercolero" a ese juzgado, pues todo lo que no fuese proteger a los delincuentes de la administración los magistrados Teresa Delgado Velasco, Francisco de la Peña Elías et alii dejaban pudrir los temas para no incomodar a los detentadores de las administraciones; todo ello en aras a terminar siendo catapultados ellos a la Nacional, como su colega Cudero, o al Supremo. Y al "justiciable" (sic) que osase moverse defendiendo la veracidad de sus asertos lo amenazaban con las penas de la santa excomunión en forma de injustificable delito de calumnias tramitada en sede corporativa. La amenaza como disuasión jurídica. Asustar con el espantajo. La trampa como modelo. Esa dinámica se ha extendido hoy a todos los órganos judiciales. El sueño de la razón jurídica produce asco. Así de claro. Indiferente la clase de magistrados, “especialistas” o no, a que los delincuentes hayan seguido impunemente delinquiendo en el ámbito de lo público para ocultar sus deslices privados. Aquellos delincuentes se encuentran hoy confortablemente acomodados en su cementerio de elefantes. Esas son las señas de identidad del sistema garantizador que proclama la Constitución de 1978 y que ingenuamente creímos los españoles que serían valores superiores de la convivencia. Constitución, como es sabido, excepcionada hoy en día por los dirigentes bancarios y de la UE. Es decir: la UE como Efraín Rios Montt o los ministros de la Gobernación de Franco.

La golfería se ha enseñoreado de España y ya no hay ámbito que se salve. Del Rey abajo ninguno. Nadie. Asistimos al tiempo de selectas tribus que pactan entre ellas a cencerros tapados despreciando profundamente a la gleba. Todo ello con la colaboración necesaria de los medios de comunicación que se ofrecen al garlito para aparentar cierta transparencia que no es tal. Podría decirse que estamos en una democracia mafiosa pero este Gil no quiere ser tan gil de proclamarlo el primero. Vivimos un sistema que es puro cambalache para iniciados. Pésimo teatro.

En estas coordenadas es más que probable que el viejo Dacio Gil haga mutis por el foro y abandone, pues ahora no está el horno para bollos ni se conjetura que pueda estarlo en el tiempo que está por venir. Se encuentra sopesando -eso sí- si será obligado dejar algunas breves disposiciones testamentarias para conocimiento general. En eso está.

Quede desvelado para quienes se han interesado por las razones del continuado silencio del viejo Dacio Gil. Un silencio autoimpuesto.

2 comentarios:

  1. Dice usted que en estos tiempos convulsos que sufrimos "no está el horno para bollos", pues no elabore productos tan poco actos para diabéticos y siga produciendo en esta Tribuna tan suya como nuestra ya(somos unos cuantos -me consta- que le seguimos, tal vez algo agazapados...)alguna otra perla como las que nos tiene acostumbrados a dejar aquí de vez en cuando. No tire tan fácilmente la toalla. Obligación ninguna, que yo sepa; pero moralmente no puede usted dejar huérfanos a tanto seguidor -oficial y oficioso- de sus reflexiones y sugerencias, veladas o no. Así que siga pensando en voz alta que algunos se lo agradeceríamos. Anímese y continúe en escena sin hacer "mutis" definitivo. Y si tiene dudas ralease su introducción o primer post. Verá como sigue.

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  2. Le agaradezco de veras su aliento, amigo Gruten. Usted siempre presto a auxiliar al desvalido. Pero esta vez el viejo Dacio Gil está verdaderamente tocado. No entiende nada de lo que está pasando por más que busca la correlativa explicación. Percibe una realidad yerma. Un bucle retrospectivo que nos conduce a los años 40 del siglo pasado.He releído el primer post como usted me ha sugerido y he de confesarle que, además de que aborrezco leer lo ya escrito, no extraigo de él el ánimo que me falta. El ánimo verdadero me lo insufla usted, amigo Gruten, cada vez que me trastabillo.

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