Por unas razones o por otras –no es el momento ni el viejo
Dacio Gil goza de autoridad alguna en este enjundioso tema- la democracia tal y como hoy la padecemos no
goza precisamente de buena prensa. La estrategia mundial de la doctrina del shock
, o como convengamos en llamar a esta concatenación de crisis y desastres
institucionales, ha conducido al concepto “democracia” a un callejón sin
salida: se pierde en un vagoroso mundo de abstracciones sin concreción en los
aspectos vitales de los ciudadanos. La disyuntiva democracia o miedo ha servido
para desmantelar todo un entramado de
derechos sociales conseguidos con bastante sacrificio (y contrapartida de las
bonanzas económicas, todo sea dicho honestamente) pero sirve para poco más. Hoy es frecuente
escuchar que hay que “relegitimar” las democracias.
No es preciso ser un experto en victimología para percatarse que en el futuro de las
democracias han de jugar un papel trascendental las víctimas. Sin ponderar e
incorporar el sentimiento de las víctimas y de quienes han sufrido diferentes
manifestaciones modales de violencia –hasta ahora ignoradas o exiliadas en el
limbo del silencio instrumental- la democracia seguirá girando en el vacío en
beneficio exclusivo de los instalados y sus beneficiarios directos e
indirectos.
Tal vez en el primer estadio de esa ilusionante democracia de las víctimas, las llamadas
clases medias (hasta ahora protegidas por
la entelequia mutante del interés general) serán las más perjudicadas viendo
debilitada su posición jurídica, pero, visto lo visto, parece la única vía para
levantar a la democracia del suelo en que se encuentra y hacerla andar de
manera ciudadana y no desde las élites. Como con cierta gracia advierte el
filósofo esloveno Slavoj Zizek, todos vendríamos a ser nuevos comunistas
cobrando fuerza de las voces y los relatos de las víctimas, al modo de
pedagogía de lo que jamás vuelva a ser una democracia defraudada en sus propios
fundamentos. En un libro de 1991 (1993
en español) que debería de reeditarse
ahora (El miedo al vacío. Ensayo sobre las pasiones democráticas), Olivier
Mongin hablaba de “volver más habitables las democracias”. Mongín mantenía que
el miedo al vacío no se puede disociar de una representación desencarnada,
desértica, reseca, del mundo. “El miedo
al vacío (que oculta los sufrimientos y los horrores que nutren las violencias
cotidianas) da lugar a un mundo sin historia que debilita la civilidad y el
civismo al punto que flotan como fantasmas.” Postula pasar del miedo al otro al miedo por el otro. Adelantándose a las modernas formulaciones de la democracia
dialógica, busca el eje en las confesiones institucionales de debilidad por no
haber escuchado las quejas de las víctimas que han perdido la fe en la Polis.
Casi a modo de conclusión, Olivier Mongin hacía, más de 20 años atrás, una clara proclamación: “¡Convertir las
pasiones provocadas por el miedo! Dicho de otra manera, favorecer el pasaje político de la víctima al ciudadano,
sabiendo que el ciudadano jamás tendrá derecho a olvidar a la víctima sin la
cual la institución de la Polis pierde su destino, su sentido (…) Cuando el
ciudadano se calla, cuando el hombre político permanecen en silencio, los
ciudadanos se transforman a sí mismos fácilmente en víctimas, y ya no hay
fronteras entre uno y otro."
La reciente noticia de la condena al general Efraín Ríos Montt en una sociedad extremadamente violenta con las víctimas como es Guatemala parece un paso adelante aunque bastante tardío, por lo que habrá que observar con cautela y sumo interés la evolución de los acontecimientos dada la absolución, por el juego procesal del silencio del imputado, del ex jefe de Inteligencia Militar José Mauricio Rodríguez Sánchez. El tribunal hace en la sentencia una abstracta reflexión sobre la necesaria petición de "perdón por parte del Estado", pero considera culpable sólo a Ríos Montt, lo que permite sospechar que se haya tratado sólo de un nuevo juicio- espectáculo de dimensión internacional. En el contexto de las sinuosidades y complicidades de la justicia guatemalteca, de la presión asfixiante de las mafias institucionales dentro de una sociedad fuertemente dividida y el papel de muñidor que han venido tradicionalmente jugando los EEUU y sus organizaciones internacionales satélites, habrá que analizar también qué se esconde tras la letra pequeña del llamamiento al “ respeto por la institucionalidad pública” reclamado por el presidente guatemalteco, el también militar Otto Pérez Molina.
El caso de la sentencia condenatoria de Guatemala al casi nonagenario general podría resultar paradigmática si no existieran otros sospechosos precedentes, como el del caso de suicidio ejecutado por otros del letrado Rodrigo Rosenbeg Marzano resuelto hasta el momento de manera cinematográfica de serie B (sin que sea alusión alguna, de momento, al documental de Justin Webster I Will be Murdered ) bajo los auspicios de la CICIG.
La ciencia política moderna destacó desde sus inicios los riesgos que entraña la “racionalización” institucional de los fenómenos políticos emergentes, pero la historia se ha venido construyendo hasta la fecha a través de ciertas concesiones institucionales bajo la presión de las víctimas. No cabe otra alternativa.
En la España de hoy, en la que cunde una ola de anacrónico autoritarismo gubernamental-mediático, cuando las víctimas intentan articular su mensaje y cobrar algo de voz y de imagen en los espacios públicos enseguida se habla de escraches y se establecen mecanismos “antiviolencia” para intentar acallar los mensajes de las víctimas a sus conciudadanos. Para las instituciones sólo existen las víctimas reconocidas por el Poder. En el caso de España, sólo las de ETA (no las del terrorismo) y algunas de las de género; el resto son ignoradas, cuando no reprimidas con los diferentes modos al uso, salvo las de los accidentes de tráfico que parece que se quiere que estén identificadas por la DGT, para, al parecer, contener el coste de las indemnizaciones judiciales que han de sufragar las compañías aseguradoras. Todo parece indicar que las compañías de seguros quieren seguir transaccionando extrajudicialmente entre ellas el coste de los siniestros a espaldas de las víctimas y sus familias. Racionalización mercantil se llamaría eso.
¡Hay que hacer habitables las democracias!
O, volviendo a las palabras de Olivier Mongin: “El respeto
de la vulnerabilidad es el nudo gordiano. Esta vulnerabilidad produce tanto
miedo entre los hombres de la democracia que llegan a creerse invulnerables. A
volverse locos. Por miedo a lo banal.”
Sirvan estas modestas digresiones del viejo Dacio Gil, que algo conoce del asunto y ha tratado de irlo expresando a su modo en esta Tribuna Alta Preferencia, como humilde homenaje al Movimiento 15 M y a otros movimientos similares que tratan de poner voz al alma de las víctimas institucionales, para que intenten no desaprovechar -no desaprovechemos entre todos - las posibilidades que parecen ofrecerse para intentar ser algo más que objetos de una violencia modal sofisticada que parece estar pegada a nosotros como si fuera nuestra propia sombra.
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