La globalización nos ha situado en Gautespaña. Somos la simbiosis perfecta de las manifestaciones de parcial imparcialidad de las judicaturas y demás intermediarios jurídicos. Nos dicen que ese es el mejor de los mundos y todo está penetrado por el reclamo a lo que antaño se llamaba Opinión Pública. Con razón los expertos aluden a la completa actualidad de Walter Lippmann en casi todo el mundo.
Somos Guatespaña por simbiosis de unos y de otros; de allá y acá. Quien conozca bien ambos países tendrá para sí sin ningún
género de dudas que los dos se parecen como dos gotas de agua: Ambos son
monarquías (reina la impunidad con pequeños maquillajes pseudojurídicos); ambos
tienen un poder judicial sospechoso de toda sospecha (la organización judicial no
cree en el anclaje social de su actividad, pues cree deberse -y a eso aspira sin tapujos- exclusivamente a
los de la casta superior); en ambos las víctimas están previamente sojuzgadas por el miedo. En esta Tribuna Alta Preferencia se ha tratado
de analizar en varias ocasiones la impunidad guatemalteca que
se impone en ambos países cuando hay que debatir algo sobre la doble cara de la institucionalidad. Guatemala y España tienen desde antiguo una concepción muy peculiar de la
base jurídica del sacro imperio romano germánico del que se dice dimana el sistema jurídico que pretendidamente se aplicaría en sus
audiencias. Es por eso que el fiscal español Carlos Castresana pasó una
temporada pensionado en Guatemala y por sus obras allá es conocido. El Ron Zacapa es altamente valorado en España. Y ahora la fundación
del Real Madrid nos sale con que va intentar establecer un caladero (¿futbolístico o fiscal?) en
Guatemala. La leída cursilería -siempre lee los discursos que le preparan, nunca es espontáneo) de Florentino Pérez y su Lobby planea también sobre Guatemala.
En la época en la que
el viejo Dacio Gil era un joven
purasangre y se hubiera jugado la vida por que las normas jurídicas pudieran
servir como palanca para facilitar el cambio social en orden a alcanzar un
sistema humano y honesto de resolución de conflictos, conoció en un magisterio en
Derechos Humanos a un alto juez guatemalteco que había salido por pies de su país tras
librarse de milagro de una matanza en la propia sede judicial. Desde esos ya lejanos tiempos data su interés, cuando puede próximo y cuando no en la distancia, sobre todo lo que acontece en ese país al que la violencia cotidiana (¡institucionalizada e institucional!) sirve de argamasa. Y cuanto más ha logrado
profundizar en Guatemala más similitudes ha encontrado con España. Los sistemas
judiciales sólo se diferencian en un pequeño dato, allá policías, jueces y fiscales
literalmente matan; acá destruyen la vida de unos y con absoluta lenidad preservan los vergonzosos
privilegios de la casta dominante. No precisamente por humo de pajas, fue que la CICIG eligió
a un fiscal español vinculado a la institucionalidad pública y al poder como cabeza visible en Guatemala. En la
organización judicial española se han comprendido siempre a la perfección las cesuras del
sistema guatemalteco.
La reciente resolución de la Corte Constitucional
guatemalteca, tras el amago paralizatorio (suspensión provisional) intentado por la Sala Tercera de
Apelaciones en base a una escaramuza procesal del abogado del principal imputado, de anular el juicio condenatorio al
expresidente guatemalteco vuelve a poner, salvando algunas distancias obvias,
las similitudes en su sitio. En España se habla de “desimputación” y en
Guatemala de anulación. Todo justificado por aspectos formalísticos del derecho: el debido
proceso. La democracia no quiere ser sólo formal, pero el derecho hunde sus raíces en el procedimiento y mira para otro lado en lo sustantivo. Los jueces en ambos países sólo retienen ya un débil aspecto de
legitimidad, la legitimidad procesal: buscan y rebuscan en los intersticios de
los preceptos para beneficiar o castigar
según convenga a quienes detentan en ese momento el poder visible o invisible.
En ambos casos se busca que la justicia (las imágenes de esos procesos
iniciados o truncos) sea el eje de la campaña publicitaria internacional.
El viejo Dacio Gil no quiere resultar fatigoso sobre este
asunto, mejor será recomendar prestar atención a lo que siga aconteciendo en la constatación
de las similitudes. Tanto en España como en Guatemala cabe hablar en propiedad
de impunidad guatemalteca. Y a quien sea presa de la duda mejor será recomendarle que escuche con atención las canciones de Ricardo Arjona. Las letras del universal trovador guatemalteco nos recuerdan que somos lo mismo. Tocando fondo; Como duele; Puente; Caudillo; Quinto piso; Mi novia se me está poniendo vieja u otras tantas más hablan de esa identidad, sea en el amor... como sea en las diferentes institucionalidades.
O, para ser más felices en la expresión, nos recuerdan que somos todos
ciudadanos de Guatespaña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario