martes, 4 de junio de 2013

NACES, CONSUMES, MUERES



Andaba el viejo Dacio Gil realmente afectado por dos noticias de prensa, no por cotidianas menos dañinas. Por un lado la estremecedora crónica del vía crucis judicial-policial vivido por Dolores Vázquez (http://politica.elpais.com/politica/2013/06/02/actualidad/1370190300_472322.html ) en el que el representante del ministerio fiscal, Francisco Montijano, hace unas reflexiones propias de Adolf Eichmann: “actuamos con la mayor honestidad (…) construimos una versión que era absolutamente coherente”. El juez, el cruel y despiadado juez (Román González dice llamarse) se manifiesta como una tumba mora: para no debilitar aún más la insostenible debilidad social de la justicia. Las disputas entre cuerpos policiales son normales y frecuentes. A todo esto se le suele llamar error institucional o error judicial. Hay una inmensa historia de errores judiciales y de aquelarres en las instrucciones y en los juicios. Engrosan esa abstracta historia de los errores judiciales que con absoluta naturalidad deglute y metaboliza el sistema. Montijanos, Gonzáleces  e impersonales y burocráticas informaciones policiales hay a espuertas. Suelen hacer su trabajo a imagen y semejanza de Adolf Eichmann. A las víctimas, como carecen de voz y, en aras a un supuesto interés general más burocrático que humano, se les  trata de amputar de manera feroz (¡y peseudocientífica!) la credibilidad: No les cabe más que sufrir en silencio. El sedicente interés general y la estabilidad de las instituciones vienen a legitimar tal estado de cosas. Las reparaciones proporcionadas suelen brillar por su ausencia y la petición de perdón de los verdugos institucionales llega tarde mal y nunca.


Por otro lado, la noticia de la marca Guatespaña  (http://internacional.elpais.com/internacional/2013/06/02/actualidad/1370202825_270948.html) confirmó en sus fundadas sospechas al veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia. Nunca ha entendido bien  eso de la marca España, actuando  el monarca de primer técnico comercial  escudado por los cabezas visibles de las marcas comerciales  campantes por los campos de la globalización. La venta de esa marca del país de las maravillas escindida de la realidad de los desahuciados, de los jóvenes sin futuro ni salida, de los funcionarios confiscados, de la voleybolista holandesa descuartizada, de los Gürtel y Bárcenas, de los EREs, y tantas glorias más tiene que provocar una enorme disonancia cognitiva a sus promotores – si es que les resta vergüenza aún- y extremo dolor al colectivo de vidas desperdiciadas y excluidos. Una joya de medida, vamos. Pero hete aquí que nuestros paisanos de Guatemala han echado a andar la marca Guatemala Investment Summit como una cortina de humo publicitaria en la que la economía se impone a la coherencia social y política y, desde luego, jurídica. La noticia de EL PAIS desliza que “en un país donde las páginas de sucesos son un parte de guerra, el llamado Guatemala Investment Summit ha copado portadas y ha relegado la corrupción y las masacres que, sin embargo, siguen llenando la prensa”.


A los descreídos de que esto sea Guatespaña esta noticia les habrá sonado a conocida. Al viejo Dacio Gil le ha abundado en su convicción, pero le entristece y le produce vértigo ante el enorme precipicio que se muestra a nuestros pies. Tratando de asimilar ese cruce de noticias, se acogió a una sugerencia recibida en este blog y se acercó la tarde del domingo, de riguroso incógnito, a la sala AZarte de Madrid a presenciar la representación de la obra Naces, consumes, mueres. El gran mercado del mundo, puesta en escena por el colectivo teatral Primas de Riesgo. Visto en perspectiva, resultó un enorme acierto. Ejemplo de que el  ser humano suele acertar en las encrucijadas difíciles.


Últimamente  han ido apareciendo libros que tratan de aclararnos algo cuál pueda ser el sustrato ético del mercado. El norteamericano Eduardo Porter (Todo tiene un precio) ya nos introdujo sobre el valor de los  vertederos y los desperdicios así como las maneras en la que la cultura distorsiona los precios (carne de caballo, estofado de perro, lanzamiento de enanos, comercio de óvulos, pecado de usura, comercio renal,  etc., etc., etc) y recordaba casi al final del libro –siguiendo las memorias de Herbert Hoover- aquella frase de un Secretario del Tesoro de EEUU llamado Andrew Mellon que, al referirse a la crisis de la Bolsa de 1929, dejó para la posteridad aquella lapidaria sentencia: “Liquidar la mano de obra, liquidar las acciones, liquidar a los granjeros, liquidar las propiedades inmobiliarias… Purgar la podredumbre del sistema”. Recientemente, un profesor de ciencia política, Michael J. Sandel  (Lo que el dinero no puede comprar. Los limites morales del mercado) ha intentado encontrar las bases éticas mismas del mercado, señalando que la lógica de la compra se extiende ya a cualquier aspecto de nuestras vidas y que cualquier cosa que sea útil se encuentra automáticamente legitimada por su precio en el mercado (matar en un safari un rinoceronte en peligro de extinción, el derecho a ser inmigrante en EEUU, los sobornos institucionalizados que corrompen la democracia etc., etc., etc).  Ya está tan arraigada la supuesta legitimidad del mercado que parece haberse extendido a todos los actos de la vida cotidiana, de manera que la socióloga Catherine Hakim habla de capital erótico, políticas de deseo y economía sexual de las relaciones privadas. Para alcanzar la “combinación de elementos estéticos, visuales, físicos, sociales y sexuales, que resulten atractivos para los otros miembros de la sociedad” es necesario el dinero rosa, blanco, negro, rojo o amarillo, pero dinero al fin. De ahí el auge de los autoservicios de emparejamiento y los speed dating, las grandes cocottes, grisettes o lorettes, las geishas de formación o la tradición brasileña –y ahora china- del viejo que ayuda o las estudiantes-amantes (“los hombres adquieren capital erótico de forma general, especialmente si optan por la experiencia novia. Pagan por mirar y tocar cuerpos estupendos, por ver caras guapas y por recibir una sonrisa de bienvenida de jóvenes a quienes suelen llevar veinte o incluso treinta años”).  En esa trepanación mediática de bellas junto a deportistas, toreros o banqueros (intercambio de atractivo físico por poder económico o mediático)  es aplicable la teoría de los bienes Griffen, es decir: algo que se vuelve más deseable cuanto más caro. La socióloga Hakim, por su parte, recomienda en el campo de la sexonomía que las mujeres aprendan a regatear y negociar con los hombres para conseguir mejores condiciones y mayor reconocimiento de su aportación a la vida privada y llega a concluir categórica: “Dicen que la belleza vale tanto como una tarjeta American Express…Las mujeres tienen que aprender a pedir mejores condiciones, tanto en la vida privada como en la pública. Reconocer el valor social y económico del capital erótico puede desempeñar un gran papel en estas negociaciones”.  


De todo esto y mucho más trata la obra de Ernesto Caballero que el Colectivo Primas de Riesgo han llevado a la escena de la mano del auto sacramental de Calderón de la Barca y bajo la atenta mirada de la actriz –ahora conjugando esa condición con la de directora-  Karina Garantivá. Cuatro chicas jóvenes se plantean todos los problemas del mundo bajo el prisma de la economía, la espiritualidad y los excluidos y descapitalizados. Cuatro puntos de vista que, juntos, conducen al espectador a la sutil frontera de la comedia y la tragedia. De las víctimas que se niegan a aumentar la lista de los verdugos. Karina, Julia, Sandra y Paula van desmenuzando la realidad hasta que, llegadas a determinado punto en su insubordinación con lo que está aconteciendo, se pasan una a otra la gran pelota de la globalización. Julia (Moyano) se rebela con causa y reclama autenticidad, llagando a  imprecar a los alemanes en su propia lengua, parece pesimista pero en modo alguno lo es; Karina (Garantivá) trata de ser posibilista intentando reanimar al muerto aún insepulto (¿la sociedad de mercado?), reconoce y expone las trampas del mercado pero busca alternativas lógicas; Sandra (Arpa) ejerce de intelectual, su mesura y equilibrio propulsan al grupo de manera soft; Paula (Rodríguez) es el impulso juvenil, el optimismo que niega para sí y para las demás la exclusión que parece imponerse a un coste humano elevadísimo.


Merece destacarse que se trata de una obra que parece destinada a un público joven (están cuidados hasta los mínimos detalles de vestuario y demás modos teatrales) pero hace pensar –y reír y llorar, casi- a la generación que ha traído, o al menos consentido su llegada, este estado de shock que nos atenaza y empobrece: la de sus padres. Perfecta como eje y en constante crecimiento profesional Karina Garantivá; extraordinaria en la serenidad que transmite su mensaje  Sandra Arpa; impecable a la par que imaginativa, indignada y pegada a la realidad social Julia Moyano; clásica y modernísima a la vez Paula Rodríguez representando a una juventud que baila y canta mientras busca alternativas optimistas al desastre heredado.


En El Gran Mercado del Mundo de Calderón-Caballero-Garantivá no hay títeres -¡faltaría más, si las cuatro se rebelan contra el estado de cosas!- pero sí caretas, las de Lagarde, Merkel y Draghi que se aparecen entre velas, cava y una desautorización informada que es artillada desde cuatro polos juveniles conjugados pero singulares. En la función a la que asistió el viejo Dacio Gil, dos jovencísimos espectadores (no alcanzarían los 21 años entre la pareja) situados en primera fila de butacas  expresaban  a la perfección la agitada atención que embarga al público a lo largo de esta obra. Las cuatro actrices parecen ejercer la portavocía de todos y cada uno de los espectadores.


Sigmund Freud vino a mantener que cultura y justicia acontecen en el mismo momento si van acompañadas de una visión ética. Eso es lo que hace el Colectivo Primas de Riesgo en la obra  Naces, Consumes, Mueres: por medio de la obra teatral desarrollan una estrategia de visibilización de la víctimas, ya que en este mundo en el que vivimos  tal categoría la integran especialmente hoy los jóvenes. En un momento en que la moda parece ser un teatro alternativo casi minimalista en el que podrían caber obras de distinto pelaje, Karina, Paula, Julia, Sandra elevan el nivel a cotas impensables y con esa cercanía clásica que transpiran las obras de Ernesto Caballero recuerdan en el escenario que la obligación de pensar, adoptar partido y no ser indiferentes es una obligación intergeneracional.


Deberíamos fomentar entre todos que los jóvenes de cualquier edad viesen esta obra. Sin Riesgo. Las cuatro Primas traspasan los límites del escenario.    

1 comentario:

  1. Hola Dacio, le escribo de la revista Vanity Fair y me gustaría contactar con usted. Le dejo un mail: vbercovitz@condenast.es
    muchas gracias

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