Andaba el viejo Dacio Gil realmente afectado por dos
noticias de prensa, no por cotidianas menos dañinas. Por un lado la
estremecedora crónica del vía crucis judicial-policial vivido por Dolores
Vázquez (http://politica.elpais.com/politica/2013/06/02/actualidad/1370190300_472322.html
) en el que el representante del ministerio fiscal, Francisco Montijano, hace
unas reflexiones propias de Adolf Eichmann: “actuamos con la mayor honestidad
(…) construimos una versión que era absolutamente coherente”. El juez, el cruel
y despiadado juez (Román González dice llamarse) se manifiesta como una tumba
mora: para no debilitar aún más la insostenible debilidad social de la
justicia. Las disputas entre cuerpos policiales son normales y frecuentes. A todo
esto se le suele llamar error
institucional o error judicial. Hay una inmensa historia de errores
judiciales y de aquelarres en las instrucciones y en los juicios. Engrosan esa
abstracta historia de los errores judiciales que con absoluta naturalidad deglute
y metaboliza el sistema. Montijanos, Gonzáleces
e impersonales y burocráticas informaciones policiales hay a espuertas.
Suelen hacer su trabajo a imagen y semejanza de Adolf Eichmann. A las víctimas,
como carecen de voz y, en aras a un supuesto interés general más burocrático que humano, se les trata de amputar de manera feroz (¡y
peseudocientífica!) la credibilidad: No les cabe más que sufrir en silencio. El
sedicente interés general y la estabilidad de las instituciones vienen a
legitimar tal estado de cosas. Las reparaciones proporcionadas suelen brillar
por su ausencia y la petición de perdón de los verdugos institucionales llega
tarde mal y nunca.
Por otro lado, la noticia de la marca Guatespaña (http://internacional.elpais.com/internacional/2013/06/02/actualidad/1370202825_270948.html)
confirmó en sus fundadas sospechas al veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia. Nunca ha
entendido bien eso de la marca España,
actuando el monarca de primer técnico
comercial escudado por los cabezas
visibles de las marcas comerciales campantes por los campos de la globalización.
La venta de esa marca del país de las maravillas escindida de la realidad de
los desahuciados, de los jóvenes sin futuro ni salida, de los funcionarios
confiscados, de la voleybolista holandesa descuartizada, de los Gürtel y
Bárcenas, de los EREs, y tantas glorias más tiene que provocar una enorme
disonancia cognitiva a sus promotores – si es que les resta vergüenza aún- y
extremo dolor al colectivo de vidas desperdiciadas y excluidos. Una joya de
medida, vamos. Pero hete aquí que nuestros paisanos de Guatemala han echado a
andar la marca Guatemala
Investment Summit como una cortina de humo publicitaria en la que la
economía se impone a la coherencia social y política y, desde luego, jurídica.
La noticia de EL PAIS desliza que “en un país donde las páginas de sucesos son
un parte de guerra, el llamado Guatemala Investment Summit ha copado portadas y
ha relegado la corrupción y las masacres que, sin embargo, siguen llenando la
prensa”.
A los descreídos de que esto sea Guatespaña esta noticia les
habrá sonado a conocida. Al viejo Dacio Gil le ha abundado en su convicción,
pero le entristece y le produce vértigo ante el enorme precipicio que se
muestra a nuestros pies. Tratando de asimilar ese cruce de noticias, se acogió
a una sugerencia recibida en este blog y se acercó la tarde del domingo, de
riguroso incógnito, a la sala AZarte de Madrid a presenciar la representación
de la obra Naces, consumes, mueres. El
gran mercado del mundo, puesta en escena por el colectivo teatral Primas de Riesgo. Visto en perspectiva,
resultó un enorme acierto. Ejemplo de que el ser humano suele acertar en las encrucijadas
difíciles.
Últimamente han ido apareciendo
libros que tratan de aclararnos algo cuál pueda ser el sustrato ético del
mercado. El norteamericano Eduardo Porter (Todo
tiene un precio) ya nos introdujo sobre el valor de los vertederos y los desperdicios así como las
maneras en la que la cultura distorsiona los precios (carne de caballo,
estofado de perro, lanzamiento de enanos, comercio de óvulos, pecado de usura,
comercio renal, etc., etc., etc) y recordaba
casi al final del libro –siguiendo las memorias de Herbert Hoover- aquella
frase de un Secretario del Tesoro de EEUU llamado Andrew Mellon que, al
referirse a la crisis de la
Bolsa de 1929, dejó para la posteridad aquella lapidaria
sentencia: “Liquidar la mano de obra, liquidar las acciones, liquidar a los
granjeros, liquidar las propiedades inmobiliarias… Purgar la podredumbre del
sistema”. Recientemente, un profesor de ciencia política, Michael J.
Sandel (Lo que el dinero no puede comprar. Los limites morales del mercado)
ha intentado encontrar las bases éticas mismas del
mercado, señalando que la lógica de la compra se extiende ya a cualquier
aspecto de nuestras vidas y que cualquier cosa que sea útil se encuentra automáticamente
legitimada por su precio en el mercado (matar en un safari un rinoceronte en
peligro de extinción, el derecho a ser inmigrante en EEUU, los sobornos institucionalizados
que corrompen la democracia etc., etc., etc). Ya está tan arraigada la supuesta legitimidad
del mercado que parece haberse extendido a todos los actos de la vida cotidiana,
de manera que la socióloga Catherine Hakim habla de capital erótico, políticas de
deseo y economía sexual de las
relaciones privadas. Para alcanzar la “combinación de elementos estéticos,
visuales, físicos, sociales y sexuales, que resulten atractivos para los otros
miembros de la sociedad” es necesario el dinero rosa, blanco, negro, rojo o amarillo, pero dinero al fin. De ahí el auge
de los autoservicios de emparejamiento y los speed dating, las grandes cocottes,
grisettes o lorettes, las geishas de
formación o la tradición brasileña –y ahora china- del viejo que ayuda o las estudiantes-amantes (“los hombres adquieren
capital erótico de forma general, especialmente si optan por la experiencia
novia. Pagan por mirar y tocar cuerpos estupendos, por ver caras guapas y por
recibir una sonrisa de bienvenida de jóvenes a quienes suelen llevar veinte o
incluso treinta años”). En esa trepanación
mediática de bellas junto a deportistas, toreros o banqueros (intercambio de
atractivo físico por poder económico o mediático) es aplicable la teoría de los bienes Griffen, es decir: algo que
se vuelve más deseable cuanto más caro. La socióloga Hakim, por su parte, recomienda en el
campo de la sexonomía que las mujeres
aprendan a regatear y negociar con los hombres para conseguir mejores
condiciones y mayor reconocimiento de su aportación a la vida privada y llega a
concluir categórica: “Dicen que la belleza vale tanto como una tarjeta American
Express…Las mujeres tienen que aprender a pedir mejores condiciones, tanto en
la vida privada como en la pública. Reconocer el valor social y económico del
capital erótico puede desempeñar un gran papel en estas negociaciones”.
De todo esto y mucho más trata la obra de Ernesto Caballero
que el Colectivo Primas de Riesgo han
llevado a la escena de la mano del auto sacramental de Calderón de la Barca y bajo la atenta mirada
de la actriz –ahora conjugando esa condición con la de directora- Karina Garantivá. Cuatro chicas jóvenes se
plantean todos los problemas del mundo bajo el prisma de la economía, la
espiritualidad y los excluidos y descapitalizados. Cuatro puntos de vista que, juntos,
conducen al espectador a la sutil frontera de la comedia y la tragedia. De las
víctimas que se niegan a aumentar la lista de los verdugos. Karina, Julia, Sandra
y Paula van desmenuzando la realidad hasta que, llegadas a determinado punto en
su insubordinación con lo que está aconteciendo, se pasan una a otra la gran
pelota de la globalización. Julia (Moyano) se rebela con causa y reclama
autenticidad, llagando a imprecar a los
alemanes en su propia lengua, parece pesimista pero en modo alguno lo es; Karina
(Garantivá) trata de ser posibilista intentando reanimar al muerto aún
insepulto (¿la sociedad de mercado?), reconoce y expone las trampas del mercado
pero busca alternativas lógicas; Sandra (Arpa) ejerce de intelectual, su mesura
y equilibrio propulsan al grupo de manera soft;
Paula (Rodríguez) es el impulso juvenil, el optimismo que niega para sí y para
las demás la exclusión que parece imponerse a un coste humano elevadísimo.
Merece destacarse que se trata de una obra que parece destinada
a un público joven (están cuidados hasta los mínimos detalles de vestuario y
demás modos teatrales) pero hace pensar –y reír y llorar, casi- a la generación que
ha traído, o al menos consentido su llegada, este estado de shock que nos atenaza y
empobrece: la de sus padres. Perfecta como eje y en constante crecimiento
profesional Karina Garantivá; extraordinaria en la serenidad que transmite su
mensaje Sandra Arpa; impecable a la par
que imaginativa, indignada y pegada a la realidad social Julia Moyano; clásica y
modernísima a la vez Paula Rodríguez representando a una juventud que baila y
canta mientras busca alternativas optimistas al desastre heredado.
En El Gran Mercado del Mundo de Calderón-Caballero-Garantivá
no hay títeres -¡faltaría más, si las cuatro se rebelan contra el estado de cosas!- pero sí caretas, las de Lagarde, Merkel y Draghi que se aparecen entre velas, cava y una
desautorización informada que es artillada
desde cuatro polos juveniles conjugados pero singulares. En la función a la que
asistió el viejo Dacio Gil, dos jovencísimos espectadores (no alcanzarían los
21 años entre la pareja) situados en primera fila de butacas expresaban a la perfección la agitada atención que
embarga al público a lo largo de esta obra. Las cuatro actrices parecen ejercer la
portavocía de todos y cada uno de los espectadores.
Sigmund Freud vino a mantener que cultura y justicia
acontecen en el mismo momento si van acompañadas de una visión ética. Eso es lo
que hace el Colectivo Primas de Riesgo
en la obra Naces, Consumes, Mueres: por
medio de la obra teatral desarrollan una estrategia de visibilización de la víctimas,
ya que en este mundo en el que vivimos tal categoría la integran especialmente hoy los jóvenes.
En un momento en que la moda parece ser un teatro alternativo casi minimalista en el que podrían caber
obras de distinto pelaje, Karina, Paula, Julia, Sandra elevan el nivel a cotas
impensables y con esa cercanía clásica que transpiran las obras de Ernesto Caballero
recuerdan en el escenario que la obligación de pensar, adoptar partido y no ser
indiferentes es una obligación intergeneracional.
Deberíamos fomentar entre todos que los jóvenes de cualquier
edad viesen esta obra. Sin Riesgo. Las cuatro Primas traspasan los límites del
escenario.
Hola Dacio, le escribo de la revista Vanity Fair y me gustaría contactar con usted. Le dejo un mail: vbercovitz@condenast.es
ResponderEliminarmuchas gracias