Anda vivamente preocupado el viejo Dacio Gil por el exponencial aumento de las muertes voluntarias con fuerte repercusión social, de los “suicidios sociales”. En esta Tribuna Alta Preferencia ya se dio el correspondiente toque de atención en una entrada pasada hablando de la necesidad de ponderar otros índices sociales en esta crisis financiera que viene asolando y menoscabando valores éticos y sociales reputados como esenciales. Se hablaba del S.I.B (suicidio interior bruto). Hoy parece como si se hubieran trocado los papeles y la “anomia social” –que este viejo Dacio Gil tiene certeramente identificada en una de sus manifestaciones, y así lo ha mantenido ante quien ha querido escucharle, en el comportamiento institucional del CSIC- fuese una componente determinante de las instituciones en la actual crisis financiera y bancaria que amenaza, por medio del despiadado egoísmo en el que se atrincheran los oligarcas del siglo XXI y sus escuderos los políticos incapaces de una dimisión digna y en condiciones, con aniquilar segmentos enteros de la humanidad. La anomia social institucionalizada estaría provocando este extraordinario aumento de suicidios. El caos institucional impeliendo al individuo.
La anomia parece haberse enseñoreado de las sociedades, a imagen y semejanza de lo ocurrido desde 2008 con su tutor, los EEUU, que siempre marca las pautas y las tendencias. Mientras, los voceros oficiales y los medios de comunicación entretienen al personal con la mandanga de los bancos buenos y malos: Flatus vocis. Mientras, los políticos dicen destinar el dinero recaudado de los contribuyentes (el que les quedaba tras las estafas financieras) a intentar detener la bancarrota institucional generalizada a través de falsas garantías organizativas de “regulación” y “supervisión”: Flatus vocis. En realidad lo que parece estar aconteciendo de tapadillo es un devanado efectivo de los códigos de garantías jurídicas y éticas que aún se mantenían con alguna vigencia en orden a la protección de los ciudadanos normales y corrientes. El ciudadano de repente –aunque no es tan de súbito, pues desde 2008 tenemos noticias ciertas de que todo esto viene pasando ya en EEUU, en Argentina, en Islandia; y en la propia España exponentes hay a raudales desde el inicio de esa crisis- se ha percatado de que se encuentra solo ante un marasmo de ruidos financieros. Son eructos, regüeldos, ventosidades, hipos, fétidos vahos sobre los que no acierta a entender su cabal significado pero que le abocan a concluir que se está produciendo el vacío para la mayoría de los habitantes del planeta en general y de occidente en particular. Y el miedo al vacío es el peor de los consejeros vitales: Horror vacui.
En esas coordenadas -lacerantes para un segmento social agrandado de repente en su proletarización- de palabros de tinte economicista sin correspondencia con la realidad, cunde el desencanto, cuando no la desesperanza, entre una población que hace unos años laboraba por hacerse un hueco en una socialización que le sirviera de antídoto a otros desengaños. Desengañados e indignados, cada vez más ciudadanos parecen buscar que sus vecinos y conciudadanos reaccionen, que aún están a tiempo: Amina Filali, Mohamed Bouzazi, Rasheq Hamza, Dimitris Christoulas, los monjes budistas y un larguísimo etcétera que permanecerá en el anonimato pues a las élites de la sociedad no le interesa aventar sus vengüenzas. En estas situaciones de acoso institucional, pues no cabe duda que nos encontramos en una macro campaña de acoso institucional contra un segmento determinado de la sociedad, hay muchos suicidios consecuencia de lo insoportable del acoso que no llegan a contabilizarse como tales porque a la sociedad no le interesa verse reflejada en el espejo de la anomia institucional. La historia de Mobbing aporta abundantes datos sobre este sufrimiento silencioso: las estadísticas sobre muertes por Mobbing son falsas por haber sido deliberadamente manipuladas.
El impacto de la novela de Hegel, Las penas del joven Werther, vino a marcar el camino a la juventud alemana para quitarse la vida ante contratiempos y fracasos amorosos. En aquella época se detectó un aumento considerable de la muerte voluntaria entre los jóvenes a la que muchos accedían tocados con su levita azul y su chaleco amarillo, al modo de Werther. Era un reflejo de la época, del difícil acomodo de los sentimientos inflamados de la juventud romántica frente a los fallos de las instituciones sociales de la convivencia. Heinrich von Kleist (el cántaro roto; Michael Kohlhass) es otro claro ejemplo de esta corriente romántica que se rebela frontalmente contra un sistema social injusto en sus valores éticos y en sus sentimientos humanos. Hoy acaso se pueda dudar si los móviles de esos suicidios son en esencia románticos o materialistas (incautación de las plusvalías sociales propias del sujeto y de sus mínimos vitales como ciudadano), pero es evidente que hay un “efecto llamada” en esta cadena de suicidios ejemplarizantes. Sí, ejemplarizantes, por más que pueda repugnar a los pusilánimes el empleo de ese calificativo a las actuales muertes voluntarias. Son ejemplarizantes como lo eran los habidos en los países del llamado telón de acero que de manera tan realista expusiera en sus novelas y ensayos Milan Kundera: se rebelaban contra los nocivos efectos subjetivos del totalitarismo a la par que trataban de sacudir la conciencia social de sus concuidadanos.
Este equivalente moral a la guerra (o, en otros términos, guerra civil fría) que es la crisis financiera de origen bancario y las consiguientes -y desastrosas- inequitativas decisiones institucionales de una oligarquía globalizada está sentando las bases inequívocas para validar en todo lo posible, por otros medios, la profecía Maya del fin del mundo el 21 de diciembre de 2012. Estas inmolaciones éticas, económicas y políticas apuntan a que esos ciudadanos, y tantos otros que carecemos de su coraje, decisión o su desesperación, están hartos de tanta desvergüenza y de tamaña tendencia a la aniquilación. Soledad Gallego Díaz, antigua defensora del lector del diario EL PAIS, titulaba una conferencia a unos jóvenes periodistas de una manera paradoxal e impactante. Mas o menos venía a titularse Si te van a matar no te suicides. Y, aunque la conferencia discurría por otros derroteros informativos, con ese título reflejaba perfectamente la realidad existente en la actualidad. Quienes se inmolan tratan de hacernos ver a quienes somos sus coetáneos que el colapso está tomando unas dimensiones de genocidio. En apariencia financiero y bancario pero genocidio al fin. Y que todos comenzamos a ser verdugos voluntarios por omisión. Y, a la sazón, víctimas también. Todos contra todos. O, más certeramente, unos contra otros. La historia tiende a repetirse tozudamente con otros ropajes. El guerracivilismo en su estado más puro
En el corto entendimiento de este viejo Dacio Gil resplandecen estos muertos éticos, políticos, y económicos (Amina, Mohamed, Rasheq, Dimitris, los monjes budistas y tantos más), muertos voluntarios, como santos sociales. Nos están hiciendo ver a todos aquello que nos resistimos a querer entender: que este acoso institucional en su versión novísima es cada vez más asfixiante y grave. Que es aniquilador. Según las ortodoxias morales al uso, esos suicidas estaban y se sentían solos y por eso deben ser silenciados. Una mínima coherencia social nos debería hacer reflexionar y comprender que la diosa Itxab no sólo los ha protegido sino que los tiene en su seno explicándoles didácticamente el sentido de la cosmovisión que refleja el calendario Maya. Que debe de haber alma detras de los números y la cuentas.
¿Habrán sido los apóstoles de la diosa Itxab? Todos deberíamos recapacitar sobre las imágenes llenas de contenido que cada uno de ellos nos han legado con su inmolación. Nosotros, aspirantes a verdugos voluntarios por omisión -o por acción, que hay de todo como en la comercialización de los productos tóxicos- y, a la vez, a víctimas, deberíamos ir preparando la mejor de las levitas azules y el más límpido de los chalecos amarillos. O, en otro caso, irnos preparando para el fatídico 21 de diciembre próximo al que parecen querer precipitarnos, sin compasión y de consuno, los banqueros y sus intermediarios intrigantes, los políticos de toda condición y credo, mientras nos aturden con constantes e ininteligibles flatus vocis escatológicos. Tal vez a partir del 21 de diciembre ya no haya bancos. Ni ayudas estatales a los fraudes. En el ínterin seguirán proliferando, esos nunca faltan, los verdugos voluntarios que pretenderán nuestra completa aniquilación.