Si hubiera siquiera un seguidor de esta Tribuna Alta Preferencia tendría para sí la convicción de que esta debacle hispana viene proclamándola Gil desde la Aurora misma. En “¡Esto es España, Señores!” quedó patentizada la posición del viejo Dacio Gil, como se ha posicionado sin ambages frente a la enorme corrupción existente desde siempre en las administraciones en las que el CSIC es sólo una punta –destacada pero sólo punta, al fin- de una cordillera de icebergs. De la corrupción no se salva ni una sola de las instituciones de la ahora pretenciosamente llamada marca España: está en el núcleo mismo del ADN institucional público y privado. Es lo que con tanto acierto como poca repercusión en los medios de comunicación viene enseñando desde hace años el profesor Guillermo Márquez Cruz sobre esta patología político institucional: Nunca desapareció del todo en España el cacicato estable, sólo se fue adaptando a las circunstancias cambiantes, se ha ido transformando. Siempre ha seguido vigente en todos los ámbitos aquella certera proclamación de principios atribuida a don Antonio Maura: Al amigo: el culo; al enemigo: por el culo; al indiferente: legislación vigente.
Para quien haya pasado por el trance del amor apasionado –el enamoramiento es otra cosa más común- el cantante guayaquileño Julio Jaramillo debe de ser un icono de culto imprescindible. Los boleros, valses y pasillos -y hasta tangos y joropos- entonados por el Ruiseñor de América son reflejo de la vida misma y de todas las aristas de las pasión humana más genuinamente femenina: De ahí el enorme éxito con las mujeres de este hombre de vida acelerada (“Es terrible esta pasión devoradora y que lastima: la mariposa del dolor cruza en la noche de mi vida”) y licenciosa (“licor bendito que quitas los pesares, eres el Dios en mi dolor”). Puede decirse que la discografía de Jaramillo es una auténtica enciclopedia de comportamiento humano, ya sea lógico o absurdo. Se aprecia en la mayoría de sus canciones, como Alma en los labios, la esencia misma de la servidumbre voluntaria y la esclavitud. El viejo Dacio Gil regresó de Ecuador con la firme convicción de aplicarse de nuevo a indagar sobre el amor, con la distancia propia de la edad postardía. No bien aterrizado decidió acudir a la premier de Amor, la película de Michael Haneke para intentar constatar cómo puede pervivir el amor en una pareja de octogenarios cultos, de unos profesores de música cultivados y civilizados en el mejor sentido de la palabra, Georges y Anne (espléndidamente interpretados por Jean- Louis Trintingnant y Emmanuelle Riva). El film demuestra que el amor transitivo, si se le cultiva, consigue llegar a esos confines vitales intacto; sólo transformado por el paso del tiempo y las decepciones vitales. Es el tiempo, y no el amor, el que cambia rostros y perturba almas. Pero el amor puede llevarse hasta las últimas consecuencias en el debate triangular pasión-razón-socialidad. Esencial es la escena de cortesía-amor-dolor en la que el exitoso discípulo trata de agasajar a los maestros de palabra y obra a través de un CD de su interpretación del Impromptus D899 de Schubert. El Impromptus suena triunfal en un elitista equipo de música, pero su audición es interrumpida abruptamente por Georges cuando su mujer evoca las palabras que se pretenden afectuosas del discípulo. Quedan literalmente desolados por las palabras del joven, brillante y educado pianista. Constatan lo devastador del transcurso del tiempo en el decurso vital a los ojos de los demás. En el film, la tecnocracia es representada en el personaje secundario de la hija: una tecnocracia cordial e indiferente financiera e inmobiliaria. Sin embargo, refulge en el film de Haneke la sabiduría del amor (de la desesperanza) como tan bellamente la describe André Compte-Sponville en Impromptus : la dulzura del duelo personificado en Schubert y en Montaigne (la vida malograda y la ternura del amor que ayuda a soportar la angustia del fracaso). Amor hasta el final, nunca tedio.
Amor, la película de Michael Haneke, es una verdadera obra de arte. En las estéticas palabras de Comte-Sponville que cierran el capítulo 9 dedicado a Schubert (situado entre el 8, “la alegría a pesar de todo” de Mozart y el 10, el “tedio: la verdad en estado puro” de Schumann): Debíamos creer y no se puede. Amar y no se sabe. ¿Ser amados? Si en realidad nos amaran, si pudiéramos ser amados, ¿Acaso Schubert nos haría llorar tanto?
España en la actualidad muestra una carencia absoluta de líderes, se buscan y no se encuentran. Reina una gran mediocridad, por eso despunta con luz propia Ernesto Caballero que viene dotando de brillantez la programación del Centro Dramático Nacional. Aquí han sido reseñados algunos de sus incontables méritos: sus direcciones de escena, la incorporación de obras esenciales de la dramaturgia hispana y extranjera, la categoría Escritos en la escena del Laboratorio Rivas Cherif, los punteros ciclos de la sala de la Princesa y un largo etcétera. En la actualidad y hasta el domingo 17 está en cartel La rendición de Toni Bentley en adaptación e interpretación de la brillante actriz suiza Isabelle Stoffel. Isabelle Stoffel es un prodigio de dicción y de expresión corporal. Un auténtico hallazgo que saca el máximo rendimiento a la obra de Bentley publicada en la colección la sonrisa vertical de la editorial Anagrama. Yerra quien piense que la obra versa exclusivamente sobre –como gusta denominar Antonio Gala- la retambufa. La pasión por la sodomía es sólo el pretexto temático para una excursión sobre el poder, las religiones, las ideologías, las contabilidades, las grabaciones, las convenciones, la confianza y, sobre todo, la auténtica servidumbre voluntaria. Restan apenas tres día para poder tener el privilegio de haber visto a Isabelle Stoffel mostrando su capacidad dramatúrgica y su dominio de los lenguajes. Aquí no hay malentendido que valga, la Stoffel es una joya y lo demuestra sacando el máximo partido al libro de la Bentley. Será difícil encontrar a estas alturas entradas pero quien las pueda conseguir que no lo dude: es la obra del momento. Una polifonía a una sola voz en la que se atisba en el excurso, incluso, la contabilidad b al estilo de Bárcenas y demás tesoreros de los partidos políticos. O, en todo caso, los principios basilares del cacicato estable apuntados más arriba. Y no porque no se cansen de darnos por culo los dirigentes y banqueros con los engaños financieros y contables. La pasión por la sodomía es una causa más noble que las ingenierías financieras y contables y no tiene por qué regirse por las reglas de una legislación vigente (“motorizada”) en la que ya nadie cree.
El Teatro Valle Inclán, otro alfil del que se vale Caballero para agitar las conciencias de la muchedumbre que parece desperezarse de su condición solitaria. Exhibe la obra de Albert Camus, el malentendido. En la actualidad asistimos a un redescubrimiento de Albert Camus una vez liberado del baldón que sobre él trataron de diseminar los ortodoxos comunistas franceses. Tony Judt y Zygmunt Bauman han contribuido grandemente a mostrarnos sus valores a vertebrar una corriente de creciente afecto. A Camus le pasa lo mismo que a Slawomir Mrozec, que bajo veste de absurdo o de la absoluta nada hay toda una sólida reflexión sobre la condición humana, sus contradicciones y las aporías de las que trata de valerse y sustentarse. Un mundo de inocentes-culpables y de culpables-inocentes que tanto atrae a Ernesto Caballero. Cayetana Guillén Cuervo se luce en el papel de Marta. Es una imponente María Casares. Representa a la perfección el papel de tecnócrata de la gestión hostelera (sin dinero negro pero con negros augurios). Ningún espectador duda en absoluto que, tras esa imponente fuerza expresiva, la Guillén encarna la indiferencia cordial que caracteriza al Monstruo Amable. Una guapa y brillante (atributos que adornan por siempre a la Guillén) tecnócrata de pensión que no tiene pasiones menores, sólo anhela la muerte de los demás para el beneficio propio hipostatizado en el mar, el sol y el sur. Impacta una mujer tan bella empleando el lenguaje de la élite del poder, de los eurócratas. Impactan las dotes de la intérprete de Marta. Algo más humana, cual si de un funcionario superior se tratase, se presenta la madre (Julieta Serrano), también cimera. Jan y María (Ernesto Arias y Laura Grube) parecen representar al pueblo, bien idealista, bien realista. Dios observa todo el sufrimiento humano y consiente pero calla: el no verbo observa la carne. Yolanda Pallín y Eduardo Vasco se lucen en la versión y dirección de la obra y facilitan una coda final (¿o es el colofón?) en el que la Guillén se sale subida al pedestal. La obra debería ser estudiada y analizada por las secretarías generales técnicas de todos los ministerios y por las escuelas de negocio tipo ESADE, IESE, IE y similares. El lenguaje tecnocrático en el malentendido es teoría managerial cutre pero exacta. La indiferencia cordial termina siempre en los objetivos y la productividad: por conseguir los objetivos los tecnócratas son capaces de aplastar cualquier cosa. Al pueblo lo perciben cosificado. Hasta el 3 de marzo el pueblo, en principio mucho más humanizado, puede acercarse a la plaza de Lavapiés para alcanzar asistir a una verdadera obra de arte y una reflexión sobre los managers y la ideología de los objetivos y la productividad. No es absurdo, es la Nada cotidiana.
Y de gestores y científicos de la administración quiere hablar en esta entrada el viejo Dacio Gil aunque se haya perdido por meandros de Amor (Haneke), retambufa (Stoffel) y lenguaje tecnocrático y malentendidos vitales (Camus, la Guillén y el ilustre elenco). Ahora toca hablar del rabo en muchos casos necesario para sentir o, al menos, experimentar, el amor, la sodomía, la vida como escuela del amor y del dolor y hasta la muerte, tal como recuerda André Comte-Sponville en la recopilación recientemente publicada bajo el sugerente título Ni el sexo ni la muerte. Tres ensayos sobre el amor y la sexualidad.
Es tradicional en España la connivencia de los altos cuerpos de funcionarios, el funcionariato, con la clase política para coludir al pueblo llano. Los tecnócratas aportan la jerga, visten al mono. No habría político vil y desgraciado si no hubiera toda una cohorte de escuderos en la administración para “implementar” las medidas ideadas por los políticos para favorecer a grupos de presión, amigos, conmilitones y familias legales o alegales. Por su parte, los miembros del funcionariato se encargan, a la par que facilitan la siembra de minas a los políticos, de irse preparando el nicho dorado tanto individual como colectivo para cuando vengan mal dadas. Egoísmo corporativo. La legislación motorizada está repleta de estos nichos o cementerios de elefantes, refugios en los que dormitan quienes contribuyeron a uno o a múltiples garlitos o se llenaron los bolsillos o permitieron que se los llenaran otros. Ninguno de esos funcionarios es nunca responsable de nada. ¿Dónde se encuentra hoy, pongamos por caso, don Carlos Manuel Abad tras el desfalco del CSIC? ¿O don Eusebio Jiménez Arroyo? ¿Dónde reposa hoy doña María del Mar García Ferrer en la administración? Nadie ni siquiera se ha sentido obligado individualmente a pedir perdón por los demanes. Estas situaciones demuestran que cuando se habla de funcionarios en general se meten en un mismo saco situaciones muy diversas. Patentizan que el tratamiento unitario jamás se da, que es una mera maniobra de distracción de cara a la sociedad. Hay un gran flujo de connivencias en los desafueros administrativos e institucionales. La verdad es que el único tratado de gerencia pública fiable y veraz es la trilogía de Antony Jay y Jonathan Lynn en la que se muestran, con humor inglés, las triquiñuelas de unos y de otros. Todas los demás manuales o tratados sobre Ciencia de la Administración o son impostura o se trata de sesuda camelística aplicativa al estilo del añejo libro de Northcote Parkinson. Excepción hecha, naturalmente, de la obra magna de Alejandro Nieto (que bien es cierto que guardó silencio directo sobre todo lo que vieron sus ojos en el CSIC).
Llama la atención la súbita exhumación de los trabajos de Nieto en recientes muy endebles obras, tales como la de Ariño Ortíz y la que ahora se comenta de Carles Ramió.
Al viejo Dacio Gil le llamó la atención un libro de sugerente título publicado por la editorial Catarata: La extraña pareja. La procelosa relación entre políticos y funcionarios. La verdad es que el libro defrauda y deja en muy mal lugar al pobre Montaigne, padre de la técnica o género literario de los ensayos. El libro de Ramió es una obra de bricolaje bastante basta. Es, por un lado un anecdotario, por otro una diatriba a parte de la Academia menos afín, y, en general, pura propaganda personal y de la formación de gestores públicos para beneficio propio. Qué dice Gil: ni más ni menos que de los pretenciosos directivos públicos, que pretenden ser otro género de líderes. Ni siquiera Alejandro Nieto sale bien parado a pesar del “malentendido” que traduce el redactado: “Este fino, irónico y heterodoxo jurista (se refiere a Alejandro Nieto, claro) ha hecho relevantes aportaciones a esta incipiente Ciencia de la Administración. Pero sus obras más conocidas tienen carácter divulgativo, humorístico e irónico que rozan el cinismo y, en ocasiones, el estrambote. Desgraciadamente los tiempos actuales le están dando bastante la razón: No iba descaminado con sus acusaciones de desgobierno y corrupción (…) sigo pensando que son anécdotas (…) Es una delicia leer sus textos y escuchar sus conferencias pero tiene un efecto perverso que equivale al consumo de alcohol por parte de unos depresivos directivos y otros individuos con vocación de servicio público (que se sirven en su jerga de la indiferencia cordial, apunta Dacio Gil siguiendo a la Marta de Camus). Sus aportaciones generan una rápida euforia para luego desembocar en una depresión mucho mayor.” En pleno ejercicio masturbatorio ensayístico el señor Ramió concluye cual barón de Münchausen : “Yo desaconsejo leer estos ensayos de Alejandro Nieto a mis alumnos…” ¡Toma ya! El pobre Nieto arrastrado por los pies hasta las paredes del embalse como hacen Marta y su madre con Jan, para convertirlo en carbono 14 húmedo. Acaso se trata de un malentendido pues el señor Ramió -al igual que el jurista Ariño Ortíz- no alcanza ni en el mejor de sus escorzos a abrochar los cordones de los zapatos de Nieto aunque lo utilicen como cita de autoridad…vergonzante. Para don Carles, el magistrado –también jurista- Baena del Alcazar es Dios (y el difunto Prats un semi-Dios) y él parece declararse su apóstol predilecto. A los demás apóstoles les reparte mandobles a distro y siniestro o les aboca a la retambufa más vil. A otros los ignora, tal vez por desconocimiento.
Dado que en esta vida todo es sexo, el catedrático catalán alcanza el primer climax (¿masturbatorio?) cuando habla del “rabo” al contar la anécdota (mecachis, recurre a anécdotas) de una oposición en la que el presidente del tribunal (el viejo Gil se lo representa con bigote invocando a la mater dolorosa) zanjó un asunto señalando que la Ciencia de la Administración era el “rabo” de la Ciencia Política. Pero cuando el autor experimenta la eyaculación es páginas más adelante al tratar de vender su producto de la formación de directivos públicos y la eventual agencia de evaluación y acreditación de los mismos. Sin embargo, todo no es ensayismo barato en Ramió pues también alude de pasada a los monjes y guerreros en la universidad, al Mobbing en las administraciones públicas o a la deslealtad, la cobardía y el travestismo institucional. Al viejo Dacio Gil le ha llamado la atención el pasaje dedicado a los TAC (los Técnicos de Administración Civil o los Administradores Superiores del Estado) cuando apunta “Las elecciones las habían ganado los TAC” y alude a que para ser presidente del Gobierno hay que tener una agenda de 1000 nombres (“gobernaban de facto los TAC y no el PSOE.” p. 69. Como ahora pasa con los abogados del Estado, apunta el viejo Dacio Gil). Con todo, Ramió acierta en el diagnóstico: “Los cuerpos de élite han tenido la habilidad corporativa de introducirse en los dos grandes partidos políticos que se alternan en el gobierno e introducen e imponen las agendas de ambos partidos (…) La Administración General del Estado lleva tiempo padeciendo la funcionarización de la política y la LOFAGE solo hizo multiplicar esta patología.”
El librito trata de introducir cierto cinismo y hasta humor cuando lleva a cabo las taxonomías sobre el baile entre políticos y altos funcionarios, embarrándose en los mismos lodos que imputa a Nieto. Cuando Ramió decide colocarse la muceta de catedrático de la cosa y abandonar el storytelling es cuando el ensayo adquiere algo de mayor seriedad, en el apéndice de la obra (pp 198 a 222): La administración que se espera para después de la crisis: una mutación perversa vale la pena en su prospectiva. La extraña pareja es una obrita, pues, muy dispar en sus contenidos y denota una vez más la dificultad que entraña analizar el oscuro mundo del funcionariato que sigue anclado en Larra y en Pérez Galdós en sus ambiciones de poder. Al menos del libro se saca la conclusión de que en eso de la corrupción hay muchos -pero que muchos- altos funcionarios participando como actores, cómplices o cooperadores necesarios tanto en las cloacas como en los altos palacios. La corrupción no se instala en la sociedad como por ensalmo por decisión de los políticos, hay en su siembra ingentes cantidades de verdugos voluntarios.
Cacicato, amor, sodomía, servidumbre voluntaria, malentendido, confianza, muerte. Dicho todo sin que vibre la genuina pasión humana.
En el lenguaje de la indiferencia cordial reside la clave del fatídico desenlace.
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