Abrumado por el insano clima político-mediático, el viejo Dacio Gil se había hecho la promesa de alejarse lo más posible de tanta bullanga informativa y ejercer la condición a la que verdaderamente aspira: la de apátrida, como un día lo fueran la gran Hannah Arendt, Sandor Màrai y tantos más. Apátrida en la época de la fiera globalización económica. Recelando de los ladridos de los canes de una prensa que representa exclusivamente los intereses de los instalados y regresado aún más descreído de Ecuador, ha comprobado in situ que la situación era tal como se veía desde la avenida de los volcanes de Von Humboldt: ridícula, liliputiense. Ahora corrobora el viejo Dacio Gil que se está urdiendo una magna y gigantesca tabula rasa para que los españoles no terminen descubriendo que todo, -¡todo!- estaba podrido, desde las instituciones más altas a las más bajas. Tal como todo va a apareciendo, el trile parece estar en el ADN de los españoles; o al menos eso es lo que nos ladran los medios cada día sin que seamos capaces de reaccionar cabalmente. En ese contexto el veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia se había autoimpuesto de ahora en más silencio y meditación. Con aplicación se ha intentado sumergir en la Satyagraha (verdad, amor y no violencia), tal como le recomienda una inquieta demócrata real ya seguidora de Ramin Jahanbegloo, antes de asumir la doble dimisión personal: la interior y la exterior.
El silencio autoimpuesto se ha visto quebrado por la necesidad de expresar la íntima convicción de que existe verdadera urgencia en facilitar a los ciudadanos sesiones de diván con psiquiatras y psicoterapeutas en orden a que reaccionen antes de que degeneren de verdad en sus dolencias. Mal que bien hemos resistido hasta aquí el acoso institucional y mediático pero las fuerzas ya están bajo mínimos, como los ahorrillos... Esos profesionales de la salud mental deben enseñarnos a comprender e intentar trascender la inmensa violencia económica y simbólica que nos viene infligiendo el Monstruo Amable. El dilema es cómo podrán los ciudadanos acceder a estos profesionales ahora que las SS reducen todas y cada una de las prestaciones y la formación continuada ha quedado reducida al sumidero virtual on line. El “clima infame” y el “síndrome de preferencia única” ya fueron expuestos, sin demasiado éxito popular, por Piero Rocchini (La neurosis del Poder; Alianza 1993), el psicólogo de la Asamblea italiana, allá por 1992 cuando quedó al descubierto toda la porquería de la tangentopoli, tan similar a lo que ahora se destapa cada día en España.
Lo cierto es que se detecta en toda la ciudadanía una enorme perturbación cognitiva, emocional y relacional. Dado el contexto y los términos del discurso mediático, pareciera que cada cual llevásemos dentro un prevaricador o un agiotista, llegando a suponer que eso se nos notase en el semblante a todos y cada uno de los ciudadanos, como si el robar o ser anacoretas fiscales nos hiciera libres. O eso o la cara de enajenados que nos delataría tras tanta violencia simbólica y monetaria, asimilada o no. Alguien debería enseñarnos asertividad (verbigracia, a los funcionarios de bien -el buen funcionario confrontado al "buen" gobierno- frente a Montoro o Beteta), a eliminar las cogniciones nefastas y a domeñar las inhibiciones. A defendernos del acoso modal (y, por supuesto, moral) que desde las instituciones y sus voceros se despliegan con saña. En estos casos, ni siquiera las viejas víctimas del acoso institucional (aquellas a las que juececillas y juececillos poco valientes como, por ejemplo, Teresa Delgado Velasco, Berta Santillán Pedrosa o Francisco de la Peña Elías sistemáticamente han negado el pan y la sal bien por el servilismo acrisolado de estos sedicentes jueces imparciales con los acosadores institucionales, o bien, por su propia y acendrada incuria e insensibilidad social) se encontraban curtidas para afrontar este tipo de violencias continuadas devastadoras. Víctimas del acoso institucional mientras eran desfalcadas las cajas de organismos como el CSIC y otros (aquí, visto lo visto, no se salva ni uno siquiera) en épocas de pretendida bonanza económica y de hacer la vista gorda a todos los comportamientos inapropiados. Henos aquí, ahora, con la violencia simbólica y material recrudecida hasta límites paroxísticos. ¿Acoso moral generalizado? ¿Cómo denominar a este acoso en el equivalente moral a la guerra en el que nos encontramos, en el que la corrupción juega un simple papel accesorio? ¿Es o no es maltrato institucional tanta prevaricación, tanta desviación de poder, tanto cohecho…?
Sólo los psicólogos y psiquiatras podrían devolvernos en este momento el necesario impulso vital para resistir y recuperar la autoestima individual y grupal, de sacarnos de la indefensión aprendida, de la condición de idiotas morales a la que tratan de postrarnos a fortiori para poder hacer de nosotros lo que les pete y, como colofón transitorio, una monumental tabula rasa, como si se tratase de un concurso de acreedores más (uno de los múltiples, inducidos o deducidos; ficticios o reales) del que se saldrá exclusivamente a riesgo y ventura y sólo a expensas de la economía particular del ciudadanos de a pie. Sólo ya los psicólogos y psiquiatras podrán ayudarnos a cultivar una aptitud para administrar los diferentes desafíos emocionales que se nos vienen preparando.
Ya es significativo que haya tanta unanimidad en los más recientes libros de análisis político que hablan todos sobre la mentira política, el gobierno de las emociones y cosas por el estilo. Quien quiera irse preparando para sobrevivir al temporal y cobrar cierta ventaja hermenéutica para el futuro (escueto pertrecho, pero pertrecho al fin entre tanto ruido) que -si es que está a su alcance- se lea con atención la última obra de Marie France Hirigoyen titulada El abuso de debilidad y otras manipulaciones (Paidós 2012) y, mientras avance en la lectura, le irá recorriendo el cuerpo un gélido escalofrío. Y el que no sea capaz de leer todo el libro (aunque se lee con facilidad, dada su claridad y sus ejemplos de conocimiento general) que lea y relea el último capítulo: verá plasmada la realidad circundante, el ámbito de la manipulación político-mediática y las secuelas mentales que llaga a producir.
En vez de religión o educación para la ciudadanía debería impartirse obligatoriamente en colegios, universidades y todo tipo de trabajos, una asignatura entre la psicología social y la victimología que enseñase a defenderse a cada cual del enorme acoso modal (y moral, por su propia naturaleza) del que está siendo víctima y, tal vez, siendo colocado en la posición de verdugo voluntario con sus semejantes. Dentro de esa disciplina docente para todo el mundo, podrían subdividirse apartados relativos a los diferentes tipos de manipulación y a aprender a discriminar el juego de medias verdades y mentiras de las que se viene prevaliendo las instituciones y sus adyacentes giratorios (antes llamados Lobbies) que nos aturden con grandes proclamaciones líricas mientras se llevan hasta el reloj del difunto estándo el pobre corpore insepulto rodeado de allegados y deudos. También alguien con espíritu de servicio a la colectividad debería descifrarnos la exacerbada dimensión dramatúrgica de la política y las coordenadas psicosociales en las que se viene desenvolviendo como doctrina del shock. No en vano Zygmunt Bauman ya dejó sentado hace bastante tiempo que la política no es sino la modulación de la angustia y la ansiedad. En un libro de 1993 (el jardín de las delicias democráticas; FCE argentina) que también pasó casi inadvertido en su época por sus confrontaciones con el status quo, pero que hoy es rabiosamente actual, Philippe Braud explicaba con detalle los dispositivos psicoafectivos que se organizan alrededor del ejercicio del poder (antológica es su frase “una de las paradojas de la democracia pluralista reside en que combate mucho más la indiferencia por la cosa pública que la ignorancia”) y el uso del escándalo político (“la vida democrática es percibida de forma lamentable como un espectáculo de clase B en el que se oscurece la visión del interés general y se desmoronan tanto el desinterés como la abnegación por el bien público”) que se dirige a fomentar la optimización de la indiferencia . Se han diseñado tantos y tan diferentes métodos de engaño que alguien deberá ayudarnos a salir del estado de disonancia cognitiva en el que pretenden postrarnos. Además de idiotas morales aspiran a que seamos débiles cognitivos irrecuperables, que lleguemos a vender nuestras convicciones no por 20 dólares sino por 1 solo, como demostró Leon Festiger en su experimento allá por el lejano 1957.
Algo muy serio se está cociendo. Sólo resta saber cuándo nos lo presentarán amasado ya. Este constante bombardeo de transparencia corruptiva parece querer conducirnos al grado óptimo de indiferencia, al punto exacto de la manipulación institucional.
Este es tiempo de psicólogos y psiquiatras. Ni la duda racional parece caber ya.
El silencio autoimpuesto se ha visto quebrado por la necesidad de expresar la íntima convicción de que existe verdadera urgencia en facilitar a los ciudadanos sesiones de diván con psiquiatras y psicoterapeutas en orden a que reaccionen antes de que degeneren de verdad en sus dolencias. Mal que bien hemos resistido hasta aquí el acoso institucional y mediático pero las fuerzas ya están bajo mínimos, como los ahorrillos... Esos profesionales de la salud mental deben enseñarnos a comprender e intentar trascender la inmensa violencia económica y simbólica que nos viene infligiendo el Monstruo Amable. El dilema es cómo podrán los ciudadanos acceder a estos profesionales ahora que las SS reducen todas y cada una de las prestaciones y la formación continuada ha quedado reducida al sumidero virtual on line. El “clima infame” y el “síndrome de preferencia única” ya fueron expuestos, sin demasiado éxito popular, por Piero Rocchini (La neurosis del Poder; Alianza 1993), el psicólogo de la Asamblea italiana, allá por 1992 cuando quedó al descubierto toda la porquería de la tangentopoli, tan similar a lo que ahora se destapa cada día en España.
Lo cierto es que se detecta en toda la ciudadanía una enorme perturbación cognitiva, emocional y relacional. Dado el contexto y los términos del discurso mediático, pareciera que cada cual llevásemos dentro un prevaricador o un agiotista, llegando a suponer que eso se nos notase en el semblante a todos y cada uno de los ciudadanos, como si el robar o ser anacoretas fiscales nos hiciera libres. O eso o la cara de enajenados que nos delataría tras tanta violencia simbólica y monetaria, asimilada o no. Alguien debería enseñarnos asertividad (verbigracia, a los funcionarios de bien -el buen funcionario confrontado al "buen" gobierno- frente a Montoro o Beteta), a eliminar las cogniciones nefastas y a domeñar las inhibiciones. A defendernos del acoso modal (y, por supuesto, moral) que desde las instituciones y sus voceros se despliegan con saña. En estos casos, ni siquiera las viejas víctimas del acoso institucional (aquellas a las que juececillas y juececillos poco valientes como, por ejemplo, Teresa Delgado Velasco, Berta Santillán Pedrosa o Francisco de la Peña Elías sistemáticamente han negado el pan y la sal bien por el servilismo acrisolado de estos sedicentes jueces imparciales con los acosadores institucionales, o bien, por su propia y acendrada incuria e insensibilidad social) se encontraban curtidas para afrontar este tipo de violencias continuadas devastadoras. Víctimas del acoso institucional mientras eran desfalcadas las cajas de organismos como el CSIC y otros (aquí, visto lo visto, no se salva ni uno siquiera) en épocas de pretendida bonanza económica y de hacer la vista gorda a todos los comportamientos inapropiados. Henos aquí, ahora, con la violencia simbólica y material recrudecida hasta límites paroxísticos. ¿Acoso moral generalizado? ¿Cómo denominar a este acoso en el equivalente moral a la guerra en el que nos encontramos, en el que la corrupción juega un simple papel accesorio? ¿Es o no es maltrato institucional tanta prevaricación, tanta desviación de poder, tanto cohecho…?
Sólo los psicólogos y psiquiatras podrían devolvernos en este momento el necesario impulso vital para resistir y recuperar la autoestima individual y grupal, de sacarnos de la indefensión aprendida, de la condición de idiotas morales a la que tratan de postrarnos a fortiori para poder hacer de nosotros lo que les pete y, como colofón transitorio, una monumental tabula rasa, como si se tratase de un concurso de acreedores más (uno de los múltiples, inducidos o deducidos; ficticios o reales) del que se saldrá exclusivamente a riesgo y ventura y sólo a expensas de la economía particular del ciudadanos de a pie. Sólo ya los psicólogos y psiquiatras podrán ayudarnos a cultivar una aptitud para administrar los diferentes desafíos emocionales que se nos vienen preparando.
Ya es significativo que haya tanta unanimidad en los más recientes libros de análisis político que hablan todos sobre la mentira política, el gobierno de las emociones y cosas por el estilo. Quien quiera irse preparando para sobrevivir al temporal y cobrar cierta ventaja hermenéutica para el futuro (escueto pertrecho, pero pertrecho al fin entre tanto ruido) que -si es que está a su alcance- se lea con atención la última obra de Marie France Hirigoyen titulada El abuso de debilidad y otras manipulaciones (Paidós 2012) y, mientras avance en la lectura, le irá recorriendo el cuerpo un gélido escalofrío. Y el que no sea capaz de leer todo el libro (aunque se lee con facilidad, dada su claridad y sus ejemplos de conocimiento general) que lea y relea el último capítulo: verá plasmada la realidad circundante, el ámbito de la manipulación político-mediática y las secuelas mentales que llaga a producir.
En vez de religión o educación para la ciudadanía debería impartirse obligatoriamente en colegios, universidades y todo tipo de trabajos, una asignatura entre la psicología social y la victimología que enseñase a defenderse a cada cual del enorme acoso modal (y moral, por su propia naturaleza) del que está siendo víctima y, tal vez, siendo colocado en la posición de verdugo voluntario con sus semejantes. Dentro de esa disciplina docente para todo el mundo, podrían subdividirse apartados relativos a los diferentes tipos de manipulación y a aprender a discriminar el juego de medias verdades y mentiras de las que se viene prevaliendo las instituciones y sus adyacentes giratorios (antes llamados Lobbies) que nos aturden con grandes proclamaciones líricas mientras se llevan hasta el reloj del difunto estándo el pobre corpore insepulto rodeado de allegados y deudos. También alguien con espíritu de servicio a la colectividad debería descifrarnos la exacerbada dimensión dramatúrgica de la política y las coordenadas psicosociales en las que se viene desenvolviendo como doctrina del shock. No en vano Zygmunt Bauman ya dejó sentado hace bastante tiempo que la política no es sino la modulación de la angustia y la ansiedad. En un libro de 1993 (el jardín de las delicias democráticas; FCE argentina) que también pasó casi inadvertido en su época por sus confrontaciones con el status quo, pero que hoy es rabiosamente actual, Philippe Braud explicaba con detalle los dispositivos psicoafectivos que se organizan alrededor del ejercicio del poder (antológica es su frase “una de las paradojas de la democracia pluralista reside en que combate mucho más la indiferencia por la cosa pública que la ignorancia”) y el uso del escándalo político (“la vida democrática es percibida de forma lamentable como un espectáculo de clase B en el que se oscurece la visión del interés general y se desmoronan tanto el desinterés como la abnegación por el bien público”) que se dirige a fomentar la optimización de la indiferencia . Se han diseñado tantos y tan diferentes métodos de engaño que alguien deberá ayudarnos a salir del estado de disonancia cognitiva en el que pretenden postrarnos. Además de idiotas morales aspiran a que seamos débiles cognitivos irrecuperables, que lleguemos a vender nuestras convicciones no por 20 dólares sino por 1 solo, como demostró Leon Festiger en su experimento allá por el lejano 1957.
Algo muy serio se está cociendo. Sólo resta saber cuándo nos lo presentarán amasado ya. Este constante bombardeo de transparencia corruptiva parece querer conducirnos al grado óptimo de indiferencia, al punto exacto de la manipulación institucional.
Este es tiempo de psicólogos y psiquiatras. Ni la duda racional parece caber ya.