Anda últimamente el viejo Dacio Gil fuertemente atribulado por todo lo que presencian en derredor sus lastimados ojos. España en campaña publicitaria permanente: los unos con una sedicente elección de secretario general que les sirva de campaña para los comicios andaluces; otros camuflando la inmediata violación de sus promesas electorales y repescando a antiguos altos cargos –o a sus hijos o nietos, herederos casi todos del franquismo- para aparentar unos nuevos aires de gobierno que no son tales; los nacionalistas chantajeando al Estado central con lo que dicen son las cajas vacías que se encontraron y los demás chupando de la teta que todavía da leche para los instalados en el sistema; los funcionarios de la Casa de la Jefatura del Estado estrujándose el magín en un intento postrero de “vestir el mono”; las diferentes facciones de los cuerpos y fuerzas de seguridad en sus particulares ajustes de cuentas en pro de un empujón particular e individualizado en las RPTs.
Atónito intenta leer cada día el veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia esa prensa “acuponada” que promete tecnojuguetes a precios de saldo a quienes se muestren contingentemente fidelizados comprando sus productos diarios cada vez de menor calidad y sesgada óptica. El viejo Gil se encuentra atenazado por el miedo. Por el miedo a que, tal como discurren los acontecimientos, vuelva a repetirse la historia. Por el miedo a que Alemania (con la colaboración de Francia, como siempre) nos esté acercando peligrosamente a un nuevo Holocausto por otros medios, sin que nadie sea capaz de remediarlo. El viejo Gil recuerda en este punto la vieja obsesión de Alain Minc (El síndrome finlandés; La gran ilusión) para que Europa intente ser una comunidad con un objetivo prioritario: no dejar que los alemanes vuelvan a pasarse de la raya.
En el recogimiento de un domingo sin fútbol del Madrid o el Barcelona, el viejo Dacio Gil quedó turbado cuando leyó días atrás que “el Ministerio Rajoy” hacía suyo el interés de la mandataria teutona y sus acólitos los autodenominados tecnócratas europeos (que no son sino una nueva casta de políticos de los de siempre) de no ser rigurosos en detener el déficit en relación conr el PIB en tanto se sea estricto en las reformas que conviertan en polvo los derechos sociales y en nuevos excluidos a los ciudadanos. Que el sacrifico de los ciudadanos griegos (y luego el de los portrugueses -mediterráneos también por la tradicional capilaridad ibérica, como patentiza la hermandad entre fado y copla hipostasiado en el "Perdóname" de Pablo Alborán y Carminho- y así sucesivamente) vaya a ser el modelo para el cambio del sistema productivo, hace que le recorra un gélido escalofrío que no logra atemperarse ni con un baño termal. La llamada tecnocracia (disfraz con el que se camufla una oligarquía que parece cortada por el mismo patrón de frialdad y cinismo) consiente ceder en el PIB si se consigue elevar al máximo el SIB.
Se comentaba hace unos cuantos posts que todo conspiraba para terminar considerando a Grecia el chivo expiatorio. Hoy parece que lo que se pretende sea reducir el nivel de los consumidores de las sociedades mediterráneas (con los políticos franceses en el papel de Judas). En eso parece consistir el nuevo paradigma productivo europeo. Los medios de comunicación aireaban, en base a sólidas estadísticas, que el pueblo griego, decepcionado con el sistema, había elevado hasta cotas alarmantes su tasa de suicidios. Dato éste extremadamente relevante y revelador. Las sociedades mediterráneas de nuevo pisoteadas por los bárbaros del norte para que siga la fiesta para una selecta minoría. Soterrar la tradicional festividad mediterránea para que la nueva alta sociedad se lo pueda pasar pipa sin ser molestada por advenedizos. En el día de hoy nos hemos desayunado con un dato aterrador: Casi 12 millones de personas pobres en España… según datos de 2010.
Cuando familias completas se encuentran en paro y casi la mitad de ellas sin percibir ya subsidio alguno por parte de sus miembros, no es extraño que España se contagie de Grecia (un virus inducido, como sucedió en Guatemala hace años, no se olvide) y llegue a producirse un aumento exponencial de la tasa de suicidios. Una cabal manifestación del “equivalente moral a la guerra”. Un Holocausto sin instituciones que tengan que utilizar el gas Zyklon B. Una “regularización” social mediante las eufónicas soluciones bio-políticas. Cuando ni el juez más honesto (si es que lo hubiere en la realidad) aprecia alarma social en lo que está pasando, acaso las mentes pensantes de la UE quieran convertir a la mayoría en mendigos, haciendo certero aquel silogismo de Cioran que decía “el mendigo es un pobre que, ansioso de aventuras, ha abandonado la pobreza para explorar las junglas de la piedad”.
Según los tecnócratas, eso les pasará a los ciudadanos por ser aventureros. En base a esta tesis, por aventureros todos nos encaminaremos inexorablemente a la muerte voluntaria sin que las instituciones puedan hacer nada por evitarlo, al caer nuestros actos fuera de su ámbito público de actuación. Con el tiempo, el viejo Dacio Gil columbra que los abogados del Estado serán sustituidos por un cuerpo de élite de suicidólogos por oposición y que el CIS será el acrónimo de Centro de Investigaciones Suicidológicas.
En estas coordenadas, ¿qué ocultas razones hay para que los Popes financieros y las Agencias de Calificación no hayan establecido ya el parámetro SIB para evaluar la calidad de la economía de la eurozona?
Cuando el déficit termine relacionándose con el Suicidio Interior Bruto (SIB), el PIB ya será historia; aunque ésta, machacona ella, se repita por otras manos.